EDUARDO MENDICUTTI
Si, según el autor de Love Story, amor significa no decir nunca «lo siento», Samuel Eto'o es ya el paradigma del amor verdadero. Antes, alguna vez pidió disculpas después de irse de la lengua -contra el Real Madrid, por ejemplo- pero está claro que aún no había llegado a ser, como es ahora, un verdadero Romeo de ébano fulgurante, un cabal y cumplidor novio futbolístico de su club, de su presidente, de su entrenador, de sus compañeros, de los aficionados y, sobre todo, del gol. Ahora ha dado un clamoroso recital de furor y celos y no ha tenido que decir «lo siento». Eso se llama amor.
Ésta ha sido la semana del amor, sobre todo en el Barça. El amor no es una balsa de aceite. En el amor hay gritos y susurros, enfados y reconciliaciones, engaños y lealtades. Y, al final del día, nunca hay que decir «lo siento». Eto'o, amor fetén, no lo ha hecho.
Si el aria desenfrenada de Eto'o sólo hubiese estado hecha de celos de Ronaldinho, como se ha dicho, el brioso camerunés no sería Romeo, sería Otelo. Lo que le cantó a Rijkaard fue una ranchera en carne viva. Si su bolero de desamor contra todo quisque no hubiese acabado destilando reconciliación y dulzura, y desembocado en una piña acaramelada, el delantero no sería Luis Miguel, sería Paquita 'la del Barrio'. La crisis sentimental, rodada con toda clase de efectos especiales, ha tenido un final precioso, de película de amor, con toda la familia unida, sin que Eto'o haya tenido que pedir perdón.
Él es Calixto, y todos los demás -Laporta, Ronaldinho, el resto de la plantilla, Rijkaard, Txiki Begiristain- son Melibea. La prensa, como Fernando de Rojas, el calenturiento y habilidoso autor de La Celestina, ha inventado toda clase de dificultades para los amores de la pareja, todo tipo de sospechas, amarguras, quebrantos, malos presagios. Pero el amor, cuando es de ley, triunfa siempre. Nadie castiga al amante locuaz y destrozón, nadie le ha exigido golpes de pecho, nadie le ha obligado a decir lo siento. Esto último es la prueba del nueve del amor. El lunes y el martes, el Barça parecía un matrimonio roto, o, mejor, una comuna hecha añicos, como si la familia polígama de Big Love, esa serie de televisión sobre un hombre razonablemente feliz con sus tres mujeres, acabase bruscamente como el rosario de la aurora. El lunes y el martes, por culpa de la petenera apasionada de Eto'o, el club era una familia desestructurada.
Pero el miércoles fue el Día de los Enamorados, la fecha en la que todas las parejas, todos los tríos, todas las poligamias olvidan los reproches, los rencores, los celos, los cuernos y se entregan a una bacanal sentimental con cenas, arrumacos y regalos. El Barça, donde todo es amor, no como en el Madrid, no podía ser una excepción. Y, para representar ante las cámaras el triunfo del amor, Puyol hizo de Celestina y los divorciados se abrazaron. Qué bonita postal de San Valentín. Qué bonito es el amor. Claro que más bonito habría sido que Eto'o y Ronaldinho, después de abrazarse, se hubieran dado un beso con lengua, pero tampoco hay que pedirlo todo de golpe. Todo lleva su tiempo.
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