JOSÉ LUIS CAMARA
LAS PALMAS.-
«A pesar de todo, no voy a dejar de ir a Mauritania porque está mi casa y mi familia», contó ayer para EL MUNDO una de las pasajeras del vuelo 465 de Air Mauritanie que fue secuestrado durante el trayecto entre Nuakchot y Gran Canaria.
Apenas unas horas después del suceso, Roghaya Diop y sus dos hijos, de cinco y un año de edad, se recuperan del susto y, sobre todo, de las secuelas psicológicas que les dejará el mal trago vivido.
Finalmente, la historia tuvo un final feliz para Roghaya, quien reconoce que sólo se fijó en el secuestrador en el aeropuerto y cuando despegaron.
«Ya no lo vi más durante el vuelo, porque él siempre estuvo en la cabina con el piloto», añade Roghaya, que explica que fueron las azafatas quienes se encargaron de organizar al pasaje siguiendo instrucciones del comandante de la nave. «Había gente que lloraba, otros gritaban, algunos corrían por los pasillos; varias personas intentaban ayudar a los que estaban peor; mis hijos estaban muy asustados, y yo traté de mantener la calma por ellos, aunque en realidad estaba muy nerviosa porque no sabía qué iba a pasar con nosotros», relata.
Roghaya tiene claro que el secuestrador pudo subir dos pistolas a bordo porque «en los aeropuertos mauritanos no hay control». «Con dinero puedes subir lo que quieras al avión».
«Las azafatas nos mandaron a las mujeres y los niños a la parte de atrás, mientras que los hombres se situaron delante. Nos informaron de que íbamos a realizar un aterrizaje forzoso, y entonces cuatro o cinco pasajeros y un azafato se situaron en la puerta de la cabina con la intención de reducir al secuestrador», rememora Roghaya.
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