El problema de financiar las promesas electorales no atañe únicamente al cuartel de Ségolène Royal. También Nicolas Sarkozy ha sido llamado a capítulo por los economistas de su gabinete en la medida en que los límites presupuestarios contradicen la verosimilitud de las promesas.
Es verdad que el programa del candidato conservador es menos explícito en medidas sociales y paternalistas, pero, a cambio, desequilibra las cuentas por su rebaja en las cotizaciones sociales y por los alardes en las inversiones relacionadas con la investigación y la innovación.
El diario Le Monde se hacía eco ayer de la incertidumbre. Citaba fuentes bien relacionadas del partido en el poder (UMP, Unión para un Movimiento Popular) para contar a sus lectores que Sarkozy está obligado a renunciar a ciertos proyectos o, cuando menos, a relativizarlos con pragmatismo.
François Fillon, arquitecto del proyecto económico, considera prioritario limitar en 30.000 millones de euros el alcance del programa quinquenal. De otro modo, la deuda pública excedería el 60% del Producto Interior Bruto (PIB) en el horizonte de 2012 y se complicaría el porvenir de los franceses.
Sarkozy no parece demasiado dispuesto a desdecirse. Tampoco pretende rectificar algunos aspectos de la campaña como la suspensión del impuesto de sucesiones, la prolongación de las ayudas a las familias con un solo hijo, la deducción de la vivienda y la generalización de las rebajas fiscales.
En dinero: Sarko devolverá a sus compatriotas 68.000 millones de euros merced al recorte de cuatro puntos en las retenciones obligatorias. Es decir, 2.000 euros por hogar y año si incluimos a los pensionistas, y 4.900 si sólo contabilizamos trabajadores. ¿Cómo? Bajando la fiscalidad del trabajo, eliminando las cotizaciones sociales a las empresas sobre las horas extras y logrando que el total de impuestos no supere el 50% de los ingresos, frente al 60% actual. Los puntos de recorte supondrían que Francia se pondría a la altura del promedio de la UE de los Quince.
Sarkozy quiere dotar al trabajador de mayor capacidad adquisitiva. No sólo para mejorar su estatus, incluida una subida del 25% en el valor de las horas extras. También para aumentar su capacidad de consumo y para que el Estado pueda beneficiarse con las entradas superiores del IVA.
La estrategia se considera impracticable en el propio acuartelamiento del UMP. Primero, porque la receta de Sarkozy no puede abstraerse de variantes contextuales tan importantes como la tasa de crecimiento económico. Y, en segundo lugar, porque las arcas del Estado no están en condiciones de asumir grandes maniobras.
Así se explica que el equipo de Fillon haya puesto a Nicolas Sarkozy con los pies sobre el suelo. Parecen haberle dicho que las ayudas a las familias de un solo hijo van a tener que hibernar. También le han explicado que los recortes de las retenciones obligatorias tendrían que simplificarse en un solo punto y empezarse a apreciar más allá del año 2010.
No importa. El supercandidato del UMP encaja mejor los contratiempos de cuanto le sucede a Ségolène Royal, víctima de una pésima racha en los sondeos y capitana de un barco que navega repleto de polizones. Para meterlos en vereda, la Zapatera exigió ayer disciplina y respeto jerárquico. Se le acaba de marchar su asesor económico, Eric Besson, por evidentes discrepancias en el programa a la carta, aunque la candidata socialista intentará darle un nuevo impulso a la campaña en un debate televisivo previsto para pasado mañana. Le esperan a Ségolène 100 compatriotas en directo, sin guión ni preguntas pactadas. Sarkozy superó el desafío hace dos semanas. ¿Conseguirá emularlo la Zapatera?