Sábado, 17 de febrero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6271.
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 OPINION
Obituario / ALAN G. MACDIARMID
Un químico satisfecho de su suerte
Recibió en 2000 el Nobel de Química por el descubrimiento de plásticos conductores de electricidad
JULIO VALDEON BLANCO

Alan G. MacDiarmid, Nobel de Química en 2000 por su fasciante descubrimiento de plásticos que conducen la electricidad, ha muerto a los 79 años en su casa de Drexel Hill, Filadelfia, tras un infortunado accidente. Trabajador incansable, nació en Masterton, Nueva Zelanda, en el seno de una familia humilde a la que el viento embravecido de la Gran Depresión afectó con virulencia.

Su padre, un ingeniero que perdió su trabajo a causa de la crisis económica, se vió en una situación límite, con una familia a la que mantener en circunstancias agónicas. MacDiarmid recordaba, en el texto autobiográfico encargado por la Academia Sueca con ocasión de la entrega de su Nobel, cómo durante la escuela primaria jamás calzó zapatos, hasta el punto de que sus pies y los de sus hermanos parecían «cuero curtido». En su casa no había nevera ni teléfono y, cada mañana, antes de ir al colegio, el futuro químico cogía su bicicleta para repartir botellas de leche en el vecindario. Cuando las obligaciones escolares se lo impidieron, MacDiarmid continuó ayudando en casa al salir de las aulas, trabajando como repartidor de periódicos. De aquellos años conservaba un código de conducta forjado en la gratitud a los detalles humildes y una fe inquebrantable en el trabajo.

A la edad de 16 años, MacDiarmid abandonó los estudios convencionales para trabajar. Compatibilizó las jornadas laborales con clases nocturnas en la Universidad de Victoria, donde profundizó en el estudio de la química, una disciplina que lo hipnotizaba desde la infancia, cuando devoraba durante horas, sin apenas descifrar nada, un viejo libro de química del siglo XIX que su padre había usado cuando cursó sus estudios de ingeniería. El descubrimiento de un volumen de química para niños, en la biblioteca pública cercana a su casa, fue el detonante del futuro científico, deslumbrado para siempre con la insolente belleza de los colores nacidos en el laboratorio y las complejas relaciones que apuntalan los zócalos de la materia.

Su fiera dedicación le proporcionó la oportunidad de estudiar en EEUU, en un momento en el que el país ansiaba recolectar y mimar el talento, sin importar los credos o las diferencias geográficas y culturales, sana costumbre que la primera potencia ha mantenido como uno de los puntales de su pasmoso desarrollo económico, artístico e intelectual.

Gracias a una beca se trasladó a las universidades de Wisconsin, EEUU, y Cambridge, Reino Unido, donde obtuvó sendos doctorados. Una llamada de la Universidad de Pensilvania invitándolo a trabajar resultó definitiva. El resto de su carrera profesional se desarrollaría en dicho campus, y allí fue donde junto al doctor Alan G. Heeger realizó los primeros experimentos relacionados con el plástico y la conducción de la electricidad.

Durante una estancia en Kioto conoció al doctor Hideki Shirakawa, que a su vez había iniciado trabajos similares tras el sorprendente hallazgo realizado por un alumno. MacDiarmid invitó a Shirakawa a unirse a su equipo una temporada en los Estados Unidos. El trabajo conjunto de MacDiarmid, Alan G. Heeger y Hideki Shirakawa sirvió para descubrir conductores plásticos que revolucionaron la industria y cuyas aplicaciones pueden encontrarse hoy en los teléfonos móviles, por citar un ejemplo.

Propietario de más de 20 patentes, miembro de la Academia Americana de las Ciencias, MacDiarmid continuó su labor investigadora durante años. Sus múltiples distinciones y honores jamás hicieron de él un infautado pagado de sí mismo. Su amor por el trabajo y su humildad ejercieron un magisterio de hondo calado entre los alumnos que pudieron disfrutarlo. En la pared de su despacho una placa recordaba la constante que guió su biografía: «Soy un hombre con suerte, y cuanto más trabaje más suerte tendré».

Enfermo terminal de leucemia, había cerrado las puertas de su casa para tomar un taxi que lo llevara al aeropuerto. Los médicos apenas le pronosticaban dos semanas de vida y su último deseo era despedirse de su familia y amigos en Nueva Zelanda. Cuando bajaba por las escaleras de su casa resbaló, causándose una severa conmoción de la que no pudo ya recuperarse.

Alan MacDiarmid, premio Nobel de Química, nació en Masterton (Nueva Zelanda) y falleció en Filadelfia (EEUU) el 8 de febrero de 2007, a los 79 años.

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