Me llama la atención el título del ciclo de debate que está organizando CaixaForum, Com ens venen les notícies? Las personas que lo dirigen han decidido utilizar un verbo que los periodistas deberíamos rechazar, al menos desde un punto de vista metafísico. Es evidente que yo personalmente no me puedo considerar un vendedor de noticias.Nuestro trabajo es escribir noticias o analizarlas y ofrecerlas a nuestros lectores sin caer en la tentación mercantilista de su compra o no. Ése debería ser nuestro fin. Pero el sentido de la competencia, que tiene mucho de bueno y mucho de malo, nos convierte en almacenes de información, que cada día sobreviven en la salvaje selva de la comunicación. Por lo tanto, como dice el título de estas conferencias, somos vendedores de información.Cada día en su quiosco a un euro.
El comercio de la información comienza antes de que el diario llegue a sus manos. El político es el primer vendedor de noticias, normalmente desde un gabinete de prensa o asesorado por algún intelectual del marketing político. El periodista la compra o no. El redactor vende desde su humildad en el escalafón o desde la mala leche que da la experiencia, el titular o el enfoque de la cuestión, más o menos adornado. El redactor jefe compra o compra dándole la vuelta. Ese redactor jefe lo sirve al subdirector y el subdirector al director que hace aquello que considera que es mejor para el diario, siempre en beneficio del lector. Éste es el recorrido de una información hasta llegar al quiosco.
Fíjense en la frase: aquello que considera mejor para el diario, en beneficio del lector. Ya hace muchos años que tengo clara la diferencia entre información y opinión. Creo que los diarios en general saben parcelar una cosa de la otra, tanto en la puesta en escena en las páginas de los periódicos como en los contenidos.Pero hemos cambiado de era. Ya no estamos en los tiempos de la objetividad rasa. Ahora, de lo que se trata es de la objetividad interpretada. El hecho, como noticia, ya no es propiedad de la prensa escrita. En ese ejercicio estamos los diarios hace unos años, intentando amoldarnos a las nuevas plataformas, a las nuevas tecnologías.
Por ejemplo: ¿qué debe hacer la prensa escrita ante el avance que supone que una pequeña pantalla plana que conecta con el servicio de noticias que tiene elmundo.es informe sobre que Eto'o no ha querido salir al campo aunque su entrenador se lo haya ordenado? ¿Qué le explicamos a los lectores al día siguiente si el hecho (noticia) ya me lo ha contado una pantalla plana en el ascensor de un hotel?
La respuesta tiene dos niveles que dan para muchas conferencias.El primero habla del pasado. Los diarios nos dedicamos a interpretar la realidad y analizarla. Y a hacernos preguntas sobre lo ocurrido.¿Por qué Eto'o se negó a salir al terreno de juego? ¿Por qué Rijkaard lo denunció un poco más tarde? El segundo nivel me dirige al futuro. El periodista con buena información tiene que saber lo que pasará. Adelantarse a los hechos, que no provocarlos.Un buen periodista deportivo habría escrito que la relación entre Eto'o y el vestuario estaba a punto de explotar. Y eso hubiera sido información de primer nivel, y el periodismo que nos exigirá el futuro.
Los cuatro diarios aquí representados somos diarios políticos.Por lo tanto, son productos editoriales, déjenme que utilice este término, dirigidos a lectores a quienes les interesa la política. La información debe interpretar lo que está sucediendo y hasta explicar lo que puede ocurrir. O al menos ofrecer a los lectores los ítems en los que basarse para analizar la actualidad.
Al final quien tiene razón siempre es el lector, que decide apostar por uno o por otro. Pongamos un ejemplo. Comía con un político socialista que me decía que aquel Estatut aprobado en el Parlament con la mayoría de la Cámara, era una locura. «Eso no me lo dirás en público», le dije. «Lo negaré». ¿Qué tiene que hacer un analista político con esa información considerada off the record? ¿Comérsela, olvidarla, darle la vuelta o explicarla? Los diarios de esta ciudad harían exactamente lo que les acabo de decir pero por separado y seguramente en los cuatro casos leeríamos la verdad.O su verdad.
Es evidente que yo optaría por la última, intentando explicar los porqués de que un político diga algo negativo sobre un texto aprobado mayoritariamente. Existen muchas razones para argumentar esta idea. Al día siguiente me acusarían de ir en contra de Cataluña.Pero el periodista debe estar por encima de esos debates.
Normalmente no es mala. La prensa es notario de lo que ocurre.Y la mayoría de ocasiones, con nuestras denuncias públicas solucionamos problemas de la población. Los lectores se dirigen a los diarios cuando ya no saben a donde ir, confundiéndonos con despachos de abogados.
No somos perfectos, pero nos convertimos en vigilantes de la honestidad política. Como en el caso Filesa, como en la trama de los Gal, como en el 11-M, como con el juez Estevill. ¿Por qué en Barcelona todo el mundo conocía las tropelías del juez menos la prensa? Menos alguna prensa. (Conferencia pronunciada el 14 de febrero de 2007 en CaixaForum, con presencia de La Vanguardia, ABC, El País y EL MUNDO.)
alex.salmon@elmundo.es
