Domingo, 18 de febrero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6272.
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SUPERVIVIENTES / DOS HISTORIAS INCREIBLES
SE PUEDE SOBREVIVIR SI CAE DESDE 3.657 METROS
O SI UNA tormenta «dispara» su parapente a 9.000 metros de altura. Son las historias al límite de Michael Holmes y Ewa Wisnierska. Él se lanzó al vacío desde 3.657 metros, le falló el paracaídas y sólo se rompió un tobillo. Ella regresó de las alturas congelada, pero viva
GALA DIAZ CURIEL

ería posible caer al suelo desde una altura de 3.657 metros y sobrevivir? Muchos, quizás todos, contestarían que no al unísono. Michael Holmes, sin embargo, diría que sí. Y seguramente se señalaría un tobillo.

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El pasado 13 de diciembre, este instructor de paracaidismo oriundo de la isla inglesa de Jersey desafió las leyes de la probabilidad y demostró que lo que podía haber acabado en tragedia sería a partir de ahora la mejor historia que contar a sus nietos. Dos cámaras grabaron la aventura. Una situada en el casco del profesor de 25 años y otra en el de su colega Jonathan King. Ambas captaron la agonía del instructor mientras descubría que sus dos paracaídas fallaban y que por lo tanto iba a morir. Pero la suerte -en ocasiones existe-, le salvó la vida a este británico residente en Nueva Zelanda desde hace tres años. Unos matorrales en medio de un descampado amortiguaron el golpe e hicieron que el joven quedase sólo con un tobillo roto y un pulmón perforado.

Congelada, pero viva y feliz, volvió este miércoles Ewa Wisnierska de su vertiginosa ascensión. Competía en el mundial de parapente en Manilla (Australia) cuando una tormenta la arrastró hacia las alturas. «Pude escuchar los relámpagos delante y detrás de mí. Había poca luz, todo estaba helado. No podía hacer nada, sólo esperar», relató luego ella su estancia a los 9.000 metros. Durante 40 minutos, además, perdió el conocimiento. Regresó con el cuerpo cubierto de hielo. «Símplemente he dicho gracias a los ángeles», habló la mujer de 35 años.

Si lo de Ana equivaldría a subir el Everest en 15 minutos, lo del paracaidista ya tiene otra medida. Michael Holmes es ya toda una estrella mediática. Tras vender la cinta de su vuelo por más de 50.000 dólares, miles de personas en todo el mundo han visto con la boca abierta el vídeo de su caída que internet y las televisiones emitieron esta semana.

Aquel día 13 Michael debía acompañar en el avión a un grupo de aprendices que iban a realizar un salto, según ellos, rutinario. Un minuto de caída libre y después un descenso placentero con el paracaídas flotando sobre sus cabezas. Con más de 7.000 saltos a sus espaldas y habitual en la lista de los 10 mejores saltadores del mundo, Michael no se sentía precisamente asustado cuando subía a un avión para saltar al vacío. Pero ese día 13 empezó a comprender por qué algunos jamás aceptaron su pasión por este deporte de alto riesgo.

Sobrevolando la inmensidad del lago Taupo, a 3.657 metros, Michael soltó su paracaídas para reducir la velocidad de descenso y aterrizar, pero algo falló. «No pensé que aquello fuese un gran problema». Al menos en otras siete ocasiones su paracaídas había fallado y él había conseguido deshacer el enredo y controlar la caída. Esta vez no. Decidió entonces deshacerse del paracaídas principal para poder abrir el de reserva. «Lo único que me preocupaba en aquel momento era tener que ir a buscar un paracaídas de casi 2.500 euros por el bosque. Pero me di cuenta de que las cuerdas se habían enganchado. Intenté cortarlas con mi navaja, pero no estaban a mi alcance».

Sorprende la serenidad con la que el joven británico fue capaz de afrontar cada una de sus decisiones. Sabía que si abría el paracaídas de reserva sin deshacerse del principal, las cuerdas de ambos se enredarían y la velocidad de caída descendería. Pero también era probable que él mismo quedase atrapado entre los paracaídas y que, por lo tanto, la velocidad aumentase.

El instructor sólo disponía de unos segundos para tomar una decisión vital. Si abría el paracaídas de emergencia demasiado tarde, su enorme esfuerzo por seguir con vida no habría servido de nada. Así que sólo siete segundos antes de impactar contra el suelo soltó el de reserva y consiguió reducir la velocidad de 193 kilómetros por hora a 128.

«Según me iba acercando al suelo sentía que todo iba más deprisa. Sólo me quedaba esperar el impacto. Traté de pensar en algo correcto que decir a la cámara pero miré al suelo y sin pensar dije: "Mierda, estoy muerto. Adiós"». No contaba con los matorrales. Con ese colchón de zarzamora. Su milagrosa salvación.

Su novia, Philippa Aitchison, corrió hasta el hospital Waitako en cuanto le dieron la noticia. «Lloré cuando vi a Miquel porque su cara y su cuerpo estaban completamente hinchados. Pero seguía consciente cuando llegué y parecía más interesado en preguntar por la bicicleta de montaña que había encargado esa misma mañana que por lo que había ocurrido».

La pareja reconocía en una entrevista concedida al Daily Mail el pasado lunes que el milagro que acaban de protagonizar no cambiará sus vidas. «En todo caso, comentaba Philippa, si algo ha cambiado tras el accidente es que nos ha hecho darnos cuenta de cuánto nos queremos el uno al otro. Las cosas en casa siguen su rumbo. Michael sigue llevando muletas pero en cuanto esté recuperado le volveré a gritar para que saque la basura».

El entrenador de caída libre espera estar listo en abril para volver a trabajar. Asegura que su profesión le apasiona y que quiere pasar el resto de su vida dando clases y viajando por todo el mundo para asistir a las distintas competiciones. Después de haber sentido el frío de la muerte inminente, Holmes sigue confiando en los sistemas de seguridad de los paracaídas e insiste en que la mayoría de los accidentes se deben a errores humanos propios de los aprendices. «He repasado mil veces mentalmente el accidente. Había una posibilidad entre un millón de que ocurriese y ahora estoy preparado para seguir con mi vida con la seguridad de que esto sólo pasa una vez».

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