ANTONIO LUCAS
MADRID.-
Lo que hace cinco años no era más que el estruendo de una novedad por afianzar se ha convertido en una certeza en esta edición de Arco. No es que la fotografía haya recuperado su sitio, sino que se ha buscado, por fin, un hueco a la altura de las circunstancias.
El paisaje de instantáneas que ofrece esta feria de 2007 tiene como norma la apuesta por la calidad. Se han desbancado las fatuas ganas de epatar. La fotografía se ha liberado del síndrome turista. Y el abanico de posibilidades que ofrece Arco es un pulmón de vitalidad. El viaje va desde la fotografía vintage hasta la apuesta por la imagen pictórica y experimental. Consagrados y artistas emergentes toman posiciones en el disperso panorama de la fotografía. Es posible adquirir un desnudo de la pintora Georgia O'Keeffe captado por Alfred Stieglitz en las primeras décadas del siglo XX (galería Johannes Faber de Viena) o apostar por jóvenes creadores con voz propia como Sergio Belinchón y Mireya Masó (ambos en el stand de Tomás March).
Además de los programas combinados de la mayoría de las galerías de esta feria, destaca también un grupo creciente de stands que vuelcan su esfuerzo en la difusión de la fotografía. «El coleccionista que hasta hace pocos años sólo se ocupaba de pintura y escultura ha empezado a fijarse en la fotografía como pieza. Eso supone un gran impulso. Sin embargo, los coleccionistas emergentes ya combinan sin recelo pintura e imágenes», asegura Pilar Serra, de Estiarte, en cuyo espacio coinciden, por ejemplo, trabajos de José Ramón Amondaráin y de José Manuel Ballester (que se reparte también por otras seis galerías en esta edición).
Entre las que lanzan un órdago por la fotografía destacan la galería Bacelos de Vigo, con Chema Madoz, Rosa Muñoz, Pablo Genovés y Chema Alvargonzález; Visor (Valencia), con Valentín Vallhonrat, entre otros; La Fábrica (Madrid), con su fiel Araki colgando de las paredes junto a algunos de los últimos trabajos de Marina Abramovic; la galería Michael Hooper (Londres), con un espacio muy bien rematado donde se combinan los retratos de Valérie Belin y los desnudos de Jeff Bark; o la Laurence Miller Gallery (Nueva York), entre Man Ray y Toshio Shibata.
No hay tema ni referente común. Eso sí, se impone el gran formato como regla general. Y florecen las imágenes montadas en cajas de luz siguiendo la estela del canadiense Jeff Wall. Ahí están las propuestas de Alfredo Jaar en Oliva Arauna, Alberto Reguera en Antonio Machón o el trabajo de Joao Pedro Santos que presenta el buen stand de Travesía Cuatro.
Se ha atemperado el recelo de los coleccionistas por la perdurabilidad de la fotografía. De hecho, piezas de Candida Höffer (en la galería Fúcares); Thomas Ruff, en la suiza Mai 36; García-Alix, siempre en Juan de Aizpuru; y la portuguesa Mario Sequeiros, uno de los stands sobresalientes de la feria (junto a Lisson), ofrece una excelente imagen de Axel Hütte, fotógrafo que hace dos años protagonizo una fabulosa muestra en el Palacio de Velázquez.
El paisaje, el retrato y la arquitectura son los tres frentes en los que más incide la fotografía contemporánea. Aquellas pruebas amateurs que inundan la feria hace un lustro han ido desapareciendo. La irrupción de lo digital, que fue la causa de aquella barra libre de balbuceos, se ha normalizado y sus posibilidades se han ido afinando. Corea también tiene entre sus apuestas algunas instantáneas de verdadera intensidad, poéticas como las inquietantes naturalezas que presenta la Gana Art Gallery firmadas por Bien-U-Bae. Además está la posibilidad de descubrir a artistas de una profundidad fabulosa como la de Tim White-Sobieski cuyas fotografías (también trabaja el vídeo) sirven para confirmar un momento luminoso.
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