Treinta y cuatro años después de la publicación de Dark Side of the Moon, el disco en el que está incluida Money, los directivos de EMI estarían dispuestos a hacer lo que hiciera falta por un éxito similar. La venerable discográfica británica, que cumplió 75 años en 2006, se ha convertido en la mayor víctima de la crisis que asola al sector desde mediados de los noventa. El jueves, EMI anunció que sus ventas en EEUU en este año presupuestario, que acaba el 31 de marzo, serán un 15% inferiores a las del año pasado. Hace apenas un mes, la discográfica estimaba que las ventas en el mercado estadounidense caerían, sí, pero reducía el declive a entre el 6% y el 10%.

Nadie sabe qué va a pasar ahora. Aunque EMI parece un claro objetivo para los fondos de capital-riesgo, como Pemira, que en diciembre ya trató de comprar la empresa por 2.500 millones de libras (3.700 millones de euros). Lo único que está claro es que las cabezas están rodando en la discográfica. El 12 de enero, el consejero delegado de la división de música de la empresa, Alain Levy, dimitió, y el presidente, Eric Nicol, asumió su cargo. Dos semanas después, Nicol fusionaba su sello Capitol con Virgin, que había comprado al multimillonario Richard Branson en 1992 por 560 millones de libras (que hoy, descontada la inflación, equivaldrían a 1.070 millones de euros).

Pero esas medidas no han causado más impacto entre los analistas que las constantes reestructuraciones de los fabricantes de automóviles de Detroit. Y es que, aunque EMI no está en pérdidas, cada día se extiende más la opinión de que la industria discográfica, simplemente, está condenada a la extinción.

La crisis de EMI -que es la tercera mayor empresa del sector a nivel mundial- es sólo un síntoma de una tendencia general. Según Soundscan, la principal empresa de análisis del sector, las ventas de discos en EEUU se desplomaron un 20% en 2006. Incluso a pesar del incremento del 63% en las descargas de música de Internet, el volumen de negocio del sector cayó un 9%, en parte debido a la piratería. Una semana antes de que EMI reconociera su debacle, Warner Music anunciaba una caída de la facturación del 11% en el cuatro trimestre.

Por un lado, es evidente que EMI tiene un problema particular. Cuando un disco que se suponía que iba a ser un gran éxito fracasa, las discográficas sufren graves pérdidas. Y eso le ha pasado a EMI en los últimos meses con una reedición de los éxitos de The Beatles y con el último disco de Robbie Williams, dos golpes que las espectaculares ventas del nuevo álbum de Norah Jones no han sido capaces de compensar. Pero no es menos cierto que todo el sector está en peligro. Como dijo hace un par de semanas la cantante española Alaska respecto a la crisis, las discográficas «desaparecerán. Pero yo no soy fabricante de discos, así que no es mi problema». Para EMI -incluyendo a sus directivos, accionistas y empresarios-, evidentemente, sí se trata de un problema.