Lunes, 19 de febrero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6273.
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FRANCISCO UMBRAL / Escritor
«Quien no sea capaz de forzar el lenguaje no puede ser buen escritor»
En 'Amado siglo XX', su nuevo libro, Francisco Umbral toma la centuria ya ida como un inmenso escenario por el que hace desfilar a los grandes personajes de la Historia y de la literatura desde su percepción más personal e íntima. Recuperado de su enfermedad, retrata el mundo que ha vivido sin necesidad de salir de sí mismo
EMMA RODRIGUEZ

MADRID.- Francisco Umbral recibe más alto, más delgado, más evanescente que nunca. Llama la atención su fragilidad, hecha de los azotes de las últimas recaídas de su enfermedad, pero también su lucidez reflexiva, su empeño por seguir adelante, dando largas a la vejez, entusiasmándose con su nuevo libro, Amado siglo XX, editado por Planeta -desde mañana en las librerías- y del que reposa un ejemplar en la mesilla, o con el tema que utilizará para escribir una próxima columna. El día de la entrevista -el pasado lunes-, el escritor barajaba dos posibilidades: las modelos excluidas de la Pasarela Cibeles por su delgadez o la muerte del inventor del futbolín.

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Francisco Umbral recibe con camisa rosa y pantalón de pijama a rayas. El gato espera agazapado tras la puerta y él se sienta -más bien, se refugia- en el sillón, con sus larguísimas piernas cruzadas. «Hay días en los que no hace falta buscar el tema, sino que es éste el que acude a ti», señala, y se sienta a hablar de su libro como quien quisiera descubrirlo, iluminarlo con los comentarios ajenos. «¿Yo he escrito eso?», pregunta más de una vez, olvidadizo, perdido tal vez en el baúl de los recuerdos, en el hallazgo de sus adjetivos, en esos «demonios» de la literatura con los que confiesa haber nacido.

Pregunta.- Empecemos por el final del libro, por ese revelador epílogo en el que Francisco Umbral se retrata a sí mismo. Es como si se hubiera sentado en el diván del psicoanalista para confesar que usted ha sido un hombre con dos vidas: la real y la que se ha ido forjando a través de la literatura.

Respuesta.- Lo que hago es facilitar el trabajo a los críticos. En este libro, me ha interesado mucho decir verdades, ser sincero. Y no me refiero a verdades escandalosas sino íntimas, profesionales. Hay una frase clave en el libro: «Soy un profesional de lo mío», y es la verdad. Yo lo que hago es hablar de mi vida, de mis escritores, de la gente que he frecuentado en la literatura y en la amistad. Igual que el portero de fútbol es profesional de su portería, yo lo soy de mis cosas, de mi gato, de mi jardín... Los que no me entienden me tachan de yoísta, me ven como alguien muy entregado a su ego, pero resulta que no es eso. Yo escribo de mí mismo en tercera persona para distanciarme y decir cosas más esenciales. No se trata para nada de presumir de un coche, un traje o una novia.

P.- Da a entender que, en esa doble vida, ha sido la literaria, a la que denomina umbraliana, la que ha acabado devorando a la otra. ¿Ha llegado a confundirse? ¿Ha querido confundir a sus lectores? De hecho, usted resulta un personaje huidizo, complejo, difícil.

R.- He jugado a confundir, lo admito. En Un ser de lejanías, el narrador Francisco Umbral llega una mañana y se dispone a entrevistar a Umbral sin ninguna explicación previa. Ahí se funden los dos, y debo confesar que esos juegos me gustan, pero no los he inventado yo. El que mejor juega consigo mismo es Marcel Proust, lo que pasa es que él lo hace bien por ocultar amores secretos que no le interesa divulgar, bien por narrar o no narrar cosas acerca de su madre, cuya muerte se salta, no la cuenta, aunque de algún modo está presente cuando relata la de su abuela.

P.- Proust recorre muchas páginas de Amado siglo XX, pero también Sartre, de quien parte la filosofía que usted sostiene durante todo el libro del escritor contra sí mismo.

R.- Bueno, es que Sartre es otro ejemplo de lo que hablábamos antes, pero él monta ese juego no como una estrategia de novelista, sino por razones filosóficas y de pensamiento. Sartre es muy buen escritor y a mí me encanta lo que dijo en una entrevista de que, a partir de ese momento, sólo iba a escribir contra sí mismo. Después de esa declaración, murió, claro.

P.- Hablando de juegos y de estrategias, ¿cuál es la estrategia de Francisco Umbral?

R.- En mi caso, puede que sea una estrategia puramente literaria, estética, más decorativa que otra cosa... Pero esta vez yo no quería hacer un libro sobre mí, sino unas memorias del siglo XX, que es el mío. Un siglo donde he vivido libremente, alegremente. Quería agarrarme a sus aspectos más atractivos, pero resulta que se convirtió en un libro de mí mismo. Yo no tengo la culpa.

P.- La publicación de Amado siglo XX la agradecerán los lectores de Umbral que últimamente se han preocupado por su salud. ¿Uno cambia con la enfermedad, se vuelve más solidario con las debilidades y fragilidades de los demás?

R.- Nada de eso. La enfermedad lo que lo vuelve a uno es más egoísta. Y más a un escritor, que de por sí lo es. Y, luego, está la tentación de escribir sobre ello, un tema peligroso por demasiado fácil. Yo ya lo hice en Mortal y rosa; al parecer, con buenos resultados. Y, precisamente por eso, no es un camino que deba seguir, que deba explotar más.

P.- ¿Y la vejez? ¿Ha llegado la hora de asumirla?

R.- Hasta ahora, la había olvidado, más pendiente de las circunstancias, de la enfermedad, pero ahora, ya recuperado, superados los obstáculos, es peor, en el sentido de que tengo que afrontar la realidad cotidiana.

P.- ¿Es de los que piensa que se gana en sabiduría y en una mayor serenidad para presenciar el mundo?

R.- Pienso que no se gana nada con la vejez. Todo eso que se dice no son más que consuelos. La sabiduría y la tranquilidad son cosas que ya deberían estar en el paquete cuando uno llega a viejo.

P.- Confiesa que ha vivido el siglo XX con violencia, ¿a qué se refiere?

R.- Me refiero a mi manera de afrontar, de acometer las cosas, con intensidad. El siglo XXI ya me coge más cansado... Pero la verdad es que la idea la tomé de un ilustre presentador que, cuando hace muchos años habló de uno de mis libros, dijo que tenía que suscribir todo lo que yo había dicho e incluso hacerlo con violencia. Tenía mucha altura y me quedé con ello. Los que somos profesionales de la palabra estamos constantemente cuidando y persiguiendo los significados y, a mí, términos como violencia o atroz me gustan mucho porque, colocados fuera de contexto, cobran fuerza. Hace poco, leí una crítica en la que se reprochaba a un escritor que siempre pusiese los adjetivos previsibles. Y estoy de acuerdo, quien no sea capaz de forzar el lenguaje no puede ser un buen escritor.

P.- Dice que el siglo XXI le coge cansado. ¿Tiene la impresión de ser hijo de otra época?

R.- Suelo olvidarlo en el día a día, inconscientemente, pero la vida me lo recuerda cuando veo algunas películas y no recuerdo a los actores. Entonces me doy cuenta de que soy yo el que estoy pasado y no ellos, que están de plena actualidad, como Penélope Cruz, y son para mí una sucesión de desconodicos. Y lo mismo me pasa con los premios, no reconozco los nombres de muchos de los premiados. Hace poco, vi un documental en el que Fernando Fernán-Gómez hace una exploración ejemplar de su vida, y me impactó porque está en ese mismo rollo... La gente de la que habla ya queda muy lejos de la de hoy... Hasta la Gran Vía es otra cosa. Ya no es como era.

P.- El tiempo pasa y, en el libro, se trasluce una cierta nostalgia de lo ido.

R.- En efecto. Le contaré una anécdota: yo fui al Café Gijón durante 20 años todas las tardes a tomar café y a charlar con los poetas que allí se reunían, pero un día llegué a la mesa y no había nadie. Me senté y estuve esperando durante dos horas, pero no llegaron. Entonces comprendí que no era un azar. Todos se habían muerto y yo seguía yendo allí por inercia a encontrarme con ellos. Me di cuenta de que estaba solo y la idea me aterrorizó.

P.- En Amado siglo XX, no está solo, ni mucho menos. Por el libro desfilan muchos personajes en una mezcla muy bien sazonada de Historia y literatura. Están los políticos, los amigos, los escritores. Le acompañan Lorca, Valle, González Ruano y tantos otros, con Sartre y Proust a la cabeza, animando todo el recorrido.

R.- Tenía verdadera necesidad de hablar de mi gente, de reducir el siglo XX a sus esencias y, claro, están las grandes figuras históricas y todos los escritores que me han interesado, a algunos de los cuales les he dedicado libros completos. La presencia de Sartre es esencial porque es de él de quien tomo la idea de escribir contra mí mismo. Me parece muy buen escritor, puede que no esté a la altura de Heidegger como filósofo, pero como escritor... Y Proust es inagotable. Lo hizo todo, aunque aquí se le ha leído poco y se le ha entendido mal.

P.- Si tuviera que elegir algo de este recorrido, ¿se quedaría con las vanguardias?

R.- Sin duda. Me quedaría con la creatividad de las vanguardias, a las que he dado muchas vueltas. No tengo edad para escapatorias y, por eso, vuelvo una y otra vez a mis obsesiones, me acojo a los tesoros literarios de toda mi vida, a ésos que han adquirido solidez e importancia.

P.- Y, ¿cómo contempla Umbral el siglo XXI?

R.- El siglo XXI ya me importa menos. Me da la impresión de que se están consumando y consumiendo temas y sistemas del siglo XX. Hay menos novedades y sorpresas. Ya no se inventan bicicletas geniales en el pensamiento, la ciencia, la técnica... No hacen más que perfilarse ideas ya esgrimidas en el XX. Es como si estuviéramos viviendo un poco de las rentas, aunque no descarto que este siglo pueda sorprendernos un día con un gran petardazo.

P.- Volvamos al principio, ¿es Amado siglo XX su obra más sincera?

R.- No se fíe.

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