Lunes, 19 de febrero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6273.
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La audiencia no suele tener ni idea de que la versión censurada de la película que ven no es la original (Todd Solondz)
 CULTURA
MAÑANA, 'IL TROVATORE' POR 7,50 EUROS
Un momento histórico de la ópera
RUBÉN AMON

La versión de Il Trovatore que aparece mañana en la edición de EL MUNDO reviste un interés histórico. Puede tratarse de un adjetivo manido y maltratado, pero la moderada hipérbole define la experiencia que vivieron los espectadores de la Opera de Viena aquella velada de 1978.

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Impresiona volver a asomarse al palco casi 30 años después. Impresiona por la sugestión que ejercía la batuta de Karajan. También porque el autoritarismo del maestro salzburgués garantizaba repartos extraordinarios.

Alfabéticamente, aparecen en su plenitud las voces de Cappuccilli, Cossotto, Domingo, Kabaivanska y José van Dam. Todos ellos artífices del monumento verdiano y cómplices de una tensión escénica que va acumulándose e intrincándose a medida que Karajan invoca la partitura.

Era el milagro del directo. Los aficionados más placeados y los melómanos exquisitos observarán las imperfecciones. Unas veces, las trompas parecen harinarse. Otras, son los cantantes quienes cometen algún desliz vocal, pero semejantes desatenciones redundan en la rotunda verdad del espectáculo.

No estamos en un estudio de grabación donde va a alumbrarse una versión apolínea y aséptica del Trovatore. Aquí no hay cortes, repeticiones ni manipulaciones. Se percibe, en cambio, la exposición de los cantantes y el vértigo de los agudos afilados. También se transmite la participación del público, la coral expectación que suscitan los pasajes populares.

Y el culto a Karajan. Nada más insinuarse el maestro entre los recovecos del foso, surge una ovación descomunal, propiciatoria. Era una especie de devoción pontificia que el divo administraba con su aspecto de Apolo septuagenario y con la mesura de una media sonrisa inquietante.

Plácido Domingo no estaba llamado a subirse al escenario. Sustituyó in extremis a Franco Bonisolli, un tenor vehemente y poderoso de medios, que no supo calcular las consecuencias de un encontronazo con Karajan.

Ambos artistas protagonizan la versión en disco en el sello EMI, pero se divorciaron en el contexto de las funciones de la Opera de Viena. Suerte que Domingo tenía unas fechas libres y que se enroló en el reparto para erigirse como máximo protagonista. Especialmente, en el tercer acto, cuando interpreta el aria central (Ah sí, ben mio), se descara en la bravura de la pira y afronta con valor la estocada del sobreagudo.

Tenía entonces Plácido 37 años. Ahora ha cumplido 66, pero recuerda con bastante precisión los pormenores de aquella velada vienesa. «Fue una función redonda, el reflejo de una época de la ópera que ya no puede repetirse. Y lo digo sin renegar del presente. No sé cuántos minutos estuvieron aplaudiéndonos. Tampoco puedo olvidar la seducción que Karajan ejercía en el foso. Tenía una manera especial de encontrar una sonoridad nueva. Parecía que te descubría la partitura. Es lo que se ha dado en llamar el sonido Karajan. Encontrabas en él algo que nadie lograba. Tenía una mano izquierda que hacía sonar la orquesta de manera asombrosa. Era una especie de energía interna. También sabía crear un estado de admiración y de respeto. Es uno de esos nombres gigantescos que ya no existen».

Tampoco sigue en este mundo el buen Piero Cappuccilli, un sublime barítono verdiano cuya dimensión vocal, teatral y artística le convierten en una de las mayores personalidades de la interpretación del siglo XX. Para demostrarlo, basta con asomarse al palco de este DVD registrado en Viena porque es un compendio de dominio técnico, carnosidad, seguridad, fraseo, dicción cristalina, riqueza tímbrica e instinto.

Estaba entonces en un momento de madurez sin resabios. Tanto como la Leonora de Raina Kabaivanska o como la Azucena de Fiorenza Cossotto, contrapunto femenino de un reparto redondo donde José van Dam dignifica al personaje gregario de Ferrando en el preámbulo de la ópera.

Verdi la compuso en 1853 como trasunto racial de la trilogía popular. Le interesaban entonces los personajes marginales. Una mujer descarriada (La Traviata), un bufón jorobado (Rigoletto) y una gitana que venga la muerte de su madre en el trasfondo visceral de un enfrentamiento fratricida.

Es la brevísima sinopsis argumental de Il Trovatore. La música, en cambio, se define en términos de audacia melódica, de esmero vocal, de conciencia teatral y de sensibilidad a ese concepto del claroscuro que el maestro Giuseppe Verdi convertiría en exégesis y hallazgo de toda su obra.

Así pues, un acontecimiento «histórico», cuyos límites llegan hasta los aficionados de los hermanos Marx. Resulta que Il Trovatore es la obra que aparece en el desenlace de Una noche en la ópera. Quienes conozcan la película no pueden reprimir la carcajada al oír la obertura ni evitan desternillarse cuando Groucho martiriza al tenor Rodolfo Lasparri. Ésta puede ser una buena oportunidad para redescubrir la obra.

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