ORFEO SUAREZ
Sería oportunista establecer una relación directa entre la bronca de Eto'o y la derrota en Mestalla, un campo donde se puede jugar bien y perder. El problema es que el Barcelona está lejos de sus mejores días y la cortedad de su fútbol, de estéril posesión, amplifica todo lo demás. Si Rijkaard no se hubiera anticipado a las especulaciones sobre su continuidad, hoy sería para todos un entrenador con la caducidad grabada en el mismo lugar que el sábado lucía la S de Supermán. Criticado por su gestión a lo Del Bosque del caso Eto'o, el técnico ha despejado el panorama pero no las dudas del campeón, que necesita algo más que los goles del camerunés.
En Mestalla, el Barcelona no pudo recomponerse a tiempo de evitar el naufragio después de un primer tiempo en el que quedaron de manifiesto sus problemas defensivos. Rijkaard no ha sabido encontrar antídoto a los errores de Edmilson atrás, y ello repercute en el juego del centro del campo, menos seguro.
La derrota ante el Valencia, casi peor por las sensaciones, con un Barça muy blandito durante buena parte del encuentro, que por el resultado, puede atizar la débil cicatriz con la se ha cerrado la crisis desatada por Eto'o. Pero, en realidad, los problemas del Barcelona no se deben a la convivencia de la plantilla. Se deben al juego, y por ello hay que exigir a su autorratificado entrenador una reacción.
Es cierto que las declaraciones del camerunés tuvieron el efecto de una bomba de racimo sobre la imagen del club, pero apenas erosionaron a un vestuario lejos de haber sido nunca una piña, a pesar de lo que creyera el bucólico barcelonismo. Y es que con la excepción de la gente de la casa, comprometida en mayor o menor grado, la relación entre los cracks tiene poco que ver con la amistad y mucho con los títulos y el dinero. Si hay que abrazarse, nos abrazamos. En eso no es diferente el Barça de los demás, pero ahora su afición ya lo sabe y, posiblemente, vaya a ser menos benevolente.
Las dudas, o lo que Rafa Benítez llama en estas mismas páginas «distracciones», le llegan al Barça en el momento más importante, cuando vuelve la Champions, frente a un equipo, el Liverpool, con tantas trampas como el entorno azulgrana. Inmediatamente después llegará el Madrid al Camp Nou, en una Liga cargada de pecados, con un Sevilla constante y un Valencia renacido, después de que Quique Sánchez Flores pasara el sarampión que ahora padece Rijkaard.
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