Lunes, 19 de febrero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6273.
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 DEPORTES
FUTBOL / Liga de Campeones
La dura terapia del general
OTTMAR HITZFELD, OTRA VEZ AL FRENTE DEL BAYERN MUNICH, INTENTA RECUPERAR A SU DEPRIMIDO EQUIPO CON PSICOLOGIA Y AUTOCRITICA
JESUS ALCAIDE

MADRID.- Bajo su aspecto de viejo general de la Wermacht eternamente enrabietado por no haber tomado Stalingrado, Ottmar Hitzfeld es un personaje analítico y reflexivo, un técnico hecho a sí mismo que, después de abrirse camino en la modesta Liga suiza, escaló a la cumbre de dos Ligas de Campeones ganadas con dos clubes diferentes, el Borussia de Dortmund y el Bayern Múnich. Era uno de los más grandes.

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Permanecía en la recámara, como un oráculo en el que todos buscaban refugio y consejo, comentando partidos en un canal de televisión y sin grandes pretensiones de volver, hasta el punto de que se negó a dirigir a la selección alemana. La llamada de un Bayern desesperado tras la destitución de Felix Magath le sacó de su estado de hibernación. Parece que comienza a arrepentirse. Su primer mes ha sido lo más parecido a una penitencia. A su equipo todo le sale mal, hasta el punto de que incluso ante una eliminatoria contra el peor Real Madrid que se recuerda, nadie en Baviera siente que su equipo pueda ser el favorito.

Cada partido del Bayern es un dolor de muelas para Hitzfeld, hijo de dentista, pero poco acostumbrado a tanto desastre sin anestesia. Desde que llegó al cargo acumula una victoria, un empate y dos derrotas. Después de dos títulos de Liga y dos de Copa consecutivos, su antecesor fue destituido, en una muestra de impaciencia impropia del espíritu germánico. El Bayern se ha vulgarizado y las urgencias invaden un organismo que cada vez más se aleja de la prudencia habitual, por ejemplo, en los grandes de la Premier League. En realidad, la cordura sólo se mantiene en Inglaterra. Por ahora.

Números.

Con Magath, el Bayern estaba a seis puntos del líder. Ahora está a 12 y su último fracaso, ante el modesto Aachen, marcó el penúltimo ridículo. Siempre hay tiempo para un nuevo papelón. Hitzfeld, al que muchas universidades llaman para que ofrezca conferencias sobre dirección de equipos y superación de estrés, ha comenzado a echar mano de sus conocimientos de psicología. Ya ha mantenido varias charlas colectivas con los jugadores e incluso ha dedicado largas parrafadas individuales a algunas de las estrellas del equipo, a los hombres que deberían tirar del carro y que se están escondiendo.

Hasta ahora, todos sus mensajes parecen haber caído en el vacío. Hitzfeld ha llegado a ser hiriente con algunos de sus futbolistas. A Lucio lo definió como un ácrata que pone en riesgo a sus compañeros con sus continuas subidas al ataque. Y a Oliver Kahn, que en los tres últimos años parece dedicado a imitar el movimiento de los fardos en su caída, le instó a dar un par de gritos de vez en cuando, a enfadarse, a ser el ogro que asustaba a amigos y enemigos cuando vivía los mejores momentos de su carrera: «Se lo he dicho varias veces a Oliver. Tiene que enfadarse, ser agresivo. No puede parecer un conformista, porque entonces no sería el verdadero Kahn. Tiene que contagiar entusiasmo».

La búsqueda de la mentalización positiva, de la agresividad perdida no da resultado. El Bayern mantiene un fútbol de encefalograma plano en el que, por mucha labor psicológica que se intente, la evidencia indica que lo que falta en realidad es fútbol. No hay un solo jugador con el criterio y la técnica de Mehmet Scholl, ya casi retirado, que apenas aguanta 30 minutos de vez en cuando y que, a sus 36 años, debería dedicar un par de horas diarias a dar clases a sus compañeros. En el centro del campo sólo hay empuje y fuerza bruta, ningún criterio, todo muy al gusto de Capello y compañía. El mismo Franz Beckenbauer, presidente del club, admitió que tras la marcha de Ballack, que tampoco es Houdini, no había ningún jugador capaz de ofrecer algo diferente, de sorprender, de engañar al contrario. Se intentó con Deisler, pero entre lesiones y depresiones acabó dejando el fútbol. Hubo otro intento con el joven más prometedor de la nueva hornada, Schweinsteiger, pero por ahora, la posición de enganche o mediapunta le viene demasiado grande. El Werder Bremen, por ejemplo, tiene al brasileño Diego, que hace con el balón cosas que para los jugadores del Bayern son latín y arameo.

A pesar de todo, Hitzfeld prosigue su labor didáctica y de convencimiento: «El Madrid y el Bayern somos dos gigantes heridos. Pero ambos somos grandes y en la Liga de Campeones trataremos de reaccionar». Ya ha hablado varias veces con los suyos del embrujo del Bernabéu, bien conocido por los veteranos que, como Kahn y Salihamidzic, ya saben lo que es ganar al Madrid en La Castellana. Y por partida doble. Hitzfeld, que tuvo ofertas del Real en tres temporadas distintas, estaba en el banquillo cuando llegaron esos triunfos. Repetir con la actual banda que tiene a sus órdenes es complicado. Pero en la otra acera tampoco hay mucho de lo que presumir. No se espera al fútbol mañana.

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