ISABEL SAN SEBASTIAN
La crónica política y judicial española es como esa película de Harold Ramis, protagonizada por Bill Murray y Andie MacDowel, titulada Groundhog Day y en castellano Atrapado en el tiempo. Es la historia de un periodista televisivo, el responsable de la información meteorológica, que queda atrapado en un pueblecito remoto por una tormenta de nieve y se da cuenta de que su encierro no es sólo físico, sino temporal: cada mañana al despertar revive los mismos hechos de la víspera, idénticas experiencias, sin que ni siquiera el suicidio logre poner fin al bucle que le mantiene prisionero. En la pantalla es el amor de una mujer el que consigue finalmente romper el perverso hechizo. ¿Quién o qué nos redimirá a nosotros?
Como le sucede a Bill Murray, la ciudadanía de este país parece condenada a vivir y revivir unos acontecimientos conocidos y padecidos con anterioridad, sin que la certeza del fatal desenlace disuada a la clase dirigente de incurrir una y otra vez en los errores de sus predecesores. Es lo que pasa con el alto el fuego de ETA, reproducción milimétrica de la tregua-trampa del 98, con el Gobierno de Zapatero en el papel de Ejecutivo vasco de Ardanza/Ibarretxe y el Partido Socialista de Euskadi en el del Partido Naconalista Vasco. Es lo que pasa con la decisión del Tribunal Supremo de rebajar drásticamente la condena del asesino etarra José Ignacio De Juana Chaos, emulando la actuación del Constitucional en julio de 1999, cuando, al calor del cese indefinido de la volencia decretado por la banda, decide poner en libertad a toda la dirección batasuna encarcelada por orden de quienes hoy reducen la estancia en prisión del terrorista en huelga de hambre.
Es lo que pasa con el juez Baltasar Garzón, que va y viene por los márgenes de la interpretación legal diciendo ayer que Batasuna es igual a ETA para asegurar hoy lo contrario respecto de la clónica «izquierda abertzale». Y es lo que pasa con la declaración de Suárez Trashorras al CNI, que recuerda, como una gota a otra, la polémica enconada de los papeles del CESID. Aquella lucha entre instructor y políticos que zanjó el Supremo a favor del primero, cuya única diferencia con lo que sucede hoy es que el Gobierno que negaba los documentos no era el mismo que los había producido. Un matiz menor pero importante, dada la naturaleza de lo que está en juego.
Sabemos cómo acabó el engaño etarra del 98, lo que hicieron los líderes batasunos una vez en libertad, y lo que contenían los informes del CESID que finalmente se hicieron públicos. ¿Se imaginan el final que cabe esperar de lo que está aconteciendo?
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