FRANCISCO UMBRAL
La vanguardia es el alarde de lo imprevisto. Pablo Picasso es un maestro de vanguardias, algo así como un Apollinaire del verso y la prosa, aquel Apollinaire que leía los periódicos de la guerra con la cabeza llena de metralla: «Torre Eiffel, pastora, el rebaño de los puentes bala esta mañana». Picasso se aburre de copiar el arte de los blancos y hace una exposición de arte negro como propia. Cuando la prensa se lo descubre y denuncia, Picasso jura que nunca ha visto el arte negro, pero tiene todos los idolillos de la negritud en el armario del estudio.
Los otros son, como he dicho más arriba, el alarde de lo imprevisto, y Picasso es la sorpresa de lo nunca visto. Todos los países guardan o pasean una pintura, una escultura que consiste en dar la vuelta a lo que ya se sabía, pero España, gracias a Picasso, inaugura de primera mano un arte que le nace violento y nos asusta con su fecundidad, porque tiene hijos mil a partir de los clásicos y arrancando de un pintor de época como Toulouse-Lautrec. Porque Lautrec pone la emoción en el clima y Picasso la pone en la figura, esos fantasmones y bailarinas que lucen una braga como un relámpago. A Picasso le interesa más el hombre, el ser humano, que los ambientes sociales y Goethe llega a decir: «Yo no soy más que mi gran herencia» o sea, la soledad de Picasso, que sólo se rompe en la cachiza de Guernica por una explosión ideológica que es lo que ahora aparece en Arco tan fugaz y agresivo como aquellas bragas de bailarina, amarillas y verdes, que hemos citado al principio.
Ya queda desvelado el enigma Picasso y lo desvelan precisamente estas exposiciones mediocres, las de Picasso y los cien mil hijos de las vanguardias. Puestos a ser vanguardistas, resulta de más provecho aprender en Picasso que en Toulouse porque el primero nos da la vanguardia en la mano y los otros tienen que hacer que la inventan para presentarse como actualidad cuando no son más que temporalidad y ocasión.
El Arco de este año ha sido especialmente criticado por la prensa y los medios, de modo que a uno le hubiera gustado dar con el clavo ardiendo en el que quemarse las manos por la defensa del tema, pero hay que ponerse muy pacienzudos para encontrar aquí algo que alimente el alma y sus potencias, todas las potencias del alma que han paseado la repetición, la abstracción, el encargo, etcétera. La bohemia internacional ha recogido la cita de España, pero no ha correspondido con una oferta digna, seria, innovadora o tradicional. Porque vale más una tradición lozana que una vanguardia improvisada.
España tiene gancho para atraer artistas, por su tradición estética de siglos, y lo que viene haciendo Arco con sus innovaciones es arrinconarnos en el cómic cinematográfico, en la ciencia ficción como alimento de nuevos artistas, en el chiste político y la ofensiva de la calle. Todas las pulsiones de nuestra democracia histérica las recoge el arte errático con voluntad extranjera de convivir en España inclinados discretamente a la izquierda, esa izquierda que parece una derecha modernista. Lo que le faltaba a Arco era ese venenillo político que hace más periodística la cita. También Picasso probó ahí, pero con el tiento que tenía para todo. Porque nosotros solos somos también arte negro.
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