Martes, 20 de febrero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6274.
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El delfín que se muere de pena
Un cetáceo que vive en un parque acuático italiano rechaza la comida tras el homicidio de su cuidadora
IRENE HDEZ. VELASCO. Corresponsal

ROMA.- Cuando hace un par de semanas fue asesinada en una pelea vecinal Tamara Monti, de 37 años e instructora del delfinario italiano Oltremare de Riccione, todos los que la conocieron experimentaron un hondo pesar. Pero nadie sintió tanto dolor y consternación como Mary G. Tanto es así que desde que Tamara murió se niega a comer y, cuando la obligan a hacerlo, vomita. En 15 días ha perdido al menos 50 kilos de peso y los expertos advierten que su vida corre peligro.

Mary G. es un delfín (exactamente, una delfín) que, según todos los síntomas, padece una crisis nerviosa por haber perdido a la persona que se encargaba de alimentarlo y de cuidarlo. Aunque Tamara Monti era mucho más que su cuidadora: cuando hace año y medio Mary G. fue rescatado al borde de la muerte tras haber encallado y perdido a su madre en el puerto de Ancona, fue ella quien con sus mimos, caricias y atenciones logró salvarle la vida.

En el delfinario de Riccione y ayudada por su novio, también instructor de ese centro, Tamara Monti alimentó durante meses al cetáceo con batidos a base de arenques, integradores alimentarios, sales minerales y vitaminas. Se turnó con otros instructores durante días para que hubiera siempre alguien en el agua que ayudara a la maltrecha Mary G. a mantenerse a flote. Durante meses le arrulló, le susurró palabras de cariño, le enseñó en una bañera a recuperar la confianza en sus capacidades natatorias... Y el delfín moribundo, perteneciente a la rarísima especie conocida como gris, revivió.

La estrella del delfinario

Para entonces el cetáceo estaba ya tan apegado a su cuidadora que cuando los responsables del delfinario se plantearon la posibilidad de volver a soltarlo al mar los especialistas se lo desaconsejaron: Mary G. estaba demasiado acostumbrada a los humanos como para vivir en libertad, sentenciaron. Así que el delfín se quedó en el parque acuático, convirtiéndose en poco tiempo en la estrella del mismo.

Pero cuando hace dos semanas un vecino chiflado acabó a cuchilladas con la vida de Tamara Monti porque no podía soportar más los ladridos que emitían sus dos perros, a los que la instructora dejaba solos en su apartamento cuando iba a trabajar, Mary G. se hundió en la depresión. El delfín dejó de comer, vomitando los pocos alimentos que los veterinarios conseguían hacerle ingerir.

De los 210 kilos que el cetáceo pesaba antes de que fuera asesinada su cuidadora, y a pesar de los denodados esfuerzos de los empleados del delfinario de Riccione por hacerle tomar su ración diaria de leche y calamares, Mary G. se consume en el dolor y ya ha perdido 50 kilos. Por si fuera poco, sufre una peligrosa infección gástrica. Ahora está escuálida y sólo pesa 160 kilos.

Los veterinarios del delfinario no ocultan su preocupación por el cetáceo, advirtiendo que su vida corre peligro. Y se muestran convencidos de que la negativa de Mary G. a comer es una reacción nerviosa a la muerte de Tamara Monti. «La relación entre un delfín y su instructor es siempre especial, pero en el caso de Tamara y Mary G. era realmente estrecha», asegura Leandro Stanzani, director del delfinario.

«Tamara estaba siempre acariciando a Mary, y ésta no dejaba de frotar su hocico en su mejilla». «El dolor del delfín por la muerte de Tamara es grande, y la aprensión que nosotros sentimos por Mary G. es enorme, estamos realmente preocupados», asegura en declaraciones a La Repubblica Sauro Pari, coordinador de la fundación Cetáceos de Riccione.

En un intento por salvar a Mary G., los responsables del parque acuático han metido en su piscina a un viejo delfín llamado Pele, con la esperanza de que se haga su amigo y le anime a comer. Pero hasta el momento el plan no está dando resultado.

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