A. LUCAS
MADRID.-
En aquellos viajes gastronómicos de Josep Pla, en las sobremesas de arroz negro, el escritor alcanzaba algunos de los momentos más intensos de su prosa, cuando la pava del cigarro goteaba ceniza sobre el folio y andaba Pla feliz, con el buche lleno como un palomo y la escritura algo abacial, recreando en letra el temblor emocionado de su viejo paladar.
La gastronomía, lo que antes era la cocina, ha ido evolucionando hasta el artificio. Hoy parece un laboratorio biotecnológico con aceleradores de átomos para hacer una tortilla de nubes. Pla y Julio Camba son dos primitivos de cuchara. Ahora el arte puede concretarse en un plato y por eso Ferran Adrià tendrá este año espacio propio en la Documenta de Kassel, la cita reina del arte contemporáneo que se celebra cada cinco años en Alemania.
La gastronomía, sí, ha entrado en el proceloso terreno del arte. Y en esta ocasión junto al trabajo del escultor Miquel Navarro. Su propuesta tiene que ver con el arroz de la Albufera, con las decenas de formas de cocinarlo que ha ido reuniendo a lo ancho de varios años el crítico Alfredo Argilés, hasta dar forma a un bello libro de coleccionista con una tirada de 75 ejemplares y un precio de 10.000 euros, editado por la editorial El Pez Obispo.
El volumen reúne las recetas que Argilés ha ido rescatando, algunas ya en desuso, incluso se creían perdidas. En todas ellas el arroz es un ingrediente flexible, mutante casi, adaptable a la fantasía de un cocinero con intuición, capaz de fusionar un puñado de granos con aloe vera, por ejemplo. Miquel Navarro, entretanto, ha ido dando forma y color a todo ese recetario con una serie de serigrafías donde recorre y recrea los productos de la tierra, del campo, del mar.
«Para interpretar plásticamente un libro así tienes que ser algo descriptivo. En el fondo siempre me he considerado un artista figurativo, aunque muy esquemático. Pero aquí, con el motivo tan concreto que centra esta edición, no podía levantar ciudades», bromea. Aunque sí podía (y ha querido) centrarse sobre todo en el color, ir dotando a cada uno de los platos de intensas ráfagas de luz. «En este sentido creo que he conseguido un trabajo que es a la vez contundente y agradable, hablando en términos gastronómicos», apunta el escultor.
El cineasta Bigas Luna también se ha dejado tentar por las posibilidades de la cocina y prepara una muestra en el Instituto Valenciano de Arte Moderno (IVAM) que tendrá como ejes la sangre, le leche y el agua. «Aunque no podemos comparar la gastronomía con el arte, eso sí que lo tengo claro», concluye Navarro.
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