ANA Mª NIMO
MADRID.-
Siguiendo la estela de La visión impura, el Museo Reina Sofía sigue desempolvando las piezas que permanecían guardadas en los fondos de su colección permanente. En esta ocasión, el Palacio de Cristal (Parque del Retiro de Madrid) acoge, hasta el 9 de mayo , la exposición Espacios para Habitar, que fue presentada por Ana Martínez de Aguilar, y por su comisario, Javier de Blas.
La intención del conjunto escultórico es iniciar un diálogo con el espectador a partir de las relaciones visuales que se establecen entre las distintas piezas. De esta manera se parte de la premisa de que cada una de ellas construye un espacio único que reclama ser habitado. En palabras de Martínez de Aguilar, se trata de una «exposición eminentemente poética donde la escultura se enfrenta a la arquitectura en términos de hábitat».
La obra que preside el conjunto es el Igloo del palacio de las alhajas (1982), del italiano Mario Merz. Una cúpula de cristal se superpone a otra de menor tamaño; entre ellas se interponen ramas secas recogidas del Paseo del Prado. La figura, inspirada en el arte poveda, acoge en su seno un cuarzo que hace las veces de fuego que calienta el hogar.
Otro elemento, el agua, juega un papel esencial en Implovium (1987). Susana Solano se vale de hierro galvanizado y de estilismos clásicos para construir un espacio que se asemeja a un patio cercado. Los destellos que el metal proyecta son como las gotas de lluvia.
Per Barclay, en cambio, decidió jugar a ver y a ser visto. Senza Titolo (2001) evoca las líneas básicas de una pequeña casa cuyas paredes están construidas a base de un cristal reflectante. Sin embargo, cuando la luz del día se va apagando sus muros se pueden franquear con la mirada gracias a un tubo halógeno que reposa en su interior. Lo que parecía un espacio cerrado se abre y queda inmerso en un espacio mayor que a su vez está expuesto a todas las miradas.
Por último, la obra que quizás contraste más con las anteriores es la de Cristina Iglesias. En Sin Título (Habitación de acero inoxidable) no es posible contemplar el interior; sin embargo, sí se puede franquear los cuatro muros que lo guardan celosamente invitando a traspasarlos, en una «metáfora del Edén», como explica De Blas.
Cuatro más uno
Podrían considerarse cinco, en lugar de cuatro, las obras expuestas. Si bien el Palacio de Cristal hace las veces de refugio también interectúa con las construcciones aportando matices impensables. «Es como si las obras hubiesen sido concebidas para ser observadas juntas y en este preciso espacio», dice De Blas. Se trata de un escenario único que cuenta con la peculiaridad de que todo cuanto entra él se ve condicionado por el juego de luces producto de la combinación de los caprichos meteorológicos y del bosque cambiante que lo rodea.
El comisario explica que la razón por la que este tipo de propuestas no se pueden materializar en los límites físicos del museo es que «el discurso al que se ve sometido la colección permanente (orden cronológicos, temáticos, etc.) no hacen posibles otras relaciones artísticas más heterodoxas».
|