Martes, 20 de febrero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6274.
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Exquisita pianista, genial impostora
Se descubre que algunas de las grabaciones del 'tesoro nacional' inglés Joyce Hatto eran de otros intérpretes
BEN HOYLE. The Times / EL MUNDO

LONDRES. - Cuando se produjo la muerte de Joyce Hatto, el pasado mes de junio, sus grabaciones habían llegado a convertirla en una de las pianistas más admiradas de todo el mundo. En el obituario que The Times le dedicó, se daba cumplida cuenta de la extraordinaria historia de esta mujer y cómo, tras ser diagnosticada de un cáncer en 1970, Joyce Hatto se retiraba de la actividad concertística y se recluía en un estudio que su marido había habilitado para ella con el propósito de «ofrecer a los aficionados al piano, verdaderamente expertos y exquisitos, uno de los legados musicales más importantes de todo el siglo XX». Asimismo, el diario The Guardian elogiaba su discografía asegurando que, «por lo que respecta a cantidad, nivel musical y contrastada calidad, muy pocos pianistas habían logrado igualarla a lo largo de la Historia». Por su parte, el periódico The Independent calificaba a Joyce Hatto de «tesoro nacional».

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Respecto a los amantes de la música, todos ellos se habían quedado absolutamente maravillados al saber de la existencia de aquella concertista, hasta entonces una intérprete prácticamente desconocida que, viéndose imposibilitada por la enfermedad que padecía, encontró en su interior la fuerza e inspiración suficientes para conseguir, con más de 70 años, las más brillantes interpretaciones de algunas de las obras más complejas de la Historia de la música. Y, sin embargo, ahora parece que la prolífica producción artística de Joyce Hatto escondía un secreto sumamente preocupante. Las investigaciones que han llevado a cabo ciertos críticos de la revista Gramophone sugieren que varias de «sus» grabaciones pertenecen a otros virtuosos, más conocidos por el público que ella.

Los análisis hechos de cuatro de sus 119 grabaciones han venido a demostrar que las suyas son interpretaciones idénticas a las que se pueden escuchar en discos grabados por László Simon, Yefim Bronfman, Minoru Nojima y Carlo Grante.

A este respecto, James Inverne, editor de Gramophone, declaraba: «Esto es un auténtico escándalo. Lamentablemente, parece que algunas de estas grabaciones no pertenecen, según creíamos, a un desconocido genio del piano, sino, más bien, a otros virtuosos de dicho instrumento muy conocidos en todo el mundo».

Joyce Hatto había nacido en el sur de Londres el día 5 de septiembre de 1928. Era la hija de un comerciante de antigüedades que adoraba la música y, sobre todo, a Rachmaninov, de quien decía que era «casi un pariente, una especie de tío nuestro».

Joyce había logrado depurar su técnica tras muchas horas de práctica durante la época de los terribles Blitz alemanes, escondiéndose debajo del piano familiar cuando se producían dichos ataques aéreos. Refiriéndose a ella, sir Granville Bantock había declarado que «esta niña es una concertista nata». Por su parte, Sir Michael Tippett la animaba a que consagrara su vida a la música de Bach. Sin embargo, Joyce se vería apartada de las instituciones musicales en las que se preparaba a raíz de que un tutor de la Royal Academy hiciera un informe sobre ella en el que aseguraba lo siguiente: «Para una jovencita como tú, lo más importante debería ser, realmente, aprender a cocinar un buen asado para la cena y, así, no tener que preocuparte de todas estas cosas».

Sin embargo, ella no se dejó intimidar y logró convertirse en concertista de piano, ejerciendo como tal durante los años 50 y 60 y haciendo giras por Rusia, Polonia y Escandinavia.

En 1970 le diagnosticaron un cáncer que habría de cambiarle la vida, dejando de actuar en público en 1976, poco después de que un crítico musical dijera salvajemente de ella que «era de mala educación presentarse en público con su aspecto de enferma».

A partir de entonces, Joyce Hatto se refugió en la casa del condado de Hertfordshire en la que vivía con su marido, William Barrington-Coupe, un alto directivo de la firma Saga. Sería él quien, muy gentilmente, animara a su esposa a grabar sus conciertos. Y Gramophone fue la primera publicación especializada en defender, a principios del año 2006, estas obras hechas al final de una amplia carrera como concertista, por lo que las grabaciones de Joyce Hatto se convirtieron, rápidamente, en auténticas obras de culto.

Sus «milagrosas interpretaciones», todas ellas publicadas por Barrington-Coupe a través de la pequeña compañía discográfica Concert Artist, se hicieron muy difíciles de conseguir, por lo que muy pronto se transformaron, prácticamente, en piezas para coleccionistas. Dichas grabaciones abarcan un formidable espectro musical, que se extiende desde obras de Haydn, Mozart, Beethoven, Brahms, Liszt, Schubert y Rachmaninov hasta las de Dukas, Godowsky, Scarlatti, Bliss, Rawsthorne y Bax.

Pero esas mismas grabaciones lograron, a su vez, provocar en Internet una verdadera oleada de teorías conspirativas respecto de su origen. Quienes dudaban de su autenticidad se preguntaban, maliciosamente, cómo podía ser posible que una frágil mujer que se había retirado de la actividad concertística hacía más de 30 años pudiera interpretar, con semejante maestría, un repertorio de tal magnitud y complejidad.

A consecuencia de ello, la revista Gramophone desafió a sus lectores a que demostraran que las grabaciones en cuestión eran una impostura. En caso contrario, deberían dejar de hablar del asunto de una vez por todas, y ello como señal de respeto hacia una mujer que se encontraba muy enferma. Nadie se atrevió a intentar demostrarlo. Y Joyce Hatto fallecería el 30 de junio del año pasado.


Gato por liebre

Un crítico de la prestigiosa revista 'Gramophone' decidió escuchar un CD de Joyce Hatto en el que ésta interpreta música de Liszt, pero cuando puso el disco en su ordenador, el lector identificó automáticamente el CD como una grabación del pianista László Simon. Intrigado, el crítico comparó el disco de la Hatto con uno original de Simon. Y se encontró con que ambos sonaban igual.

A continuación, probó con otro disco en el que Joyce Hatto interpretaba un concierto de Rachmaninov, pero el ordenador identificaba dicha grabación como de Yefim Bronfman, bajo la dirección de orquesta de Esa-Pekka Salonen. Poco después, Andrew Rose, un experto de la firma Pristine Audio, analizaba los mencionados discos, llegando a la conclusión de que coincidían con las interpretaciones de Simon, Bronfman y Nojima. Un posterior examen de una interpretación de Joyce Hatto sobre música de Godowsky revelaba que la grabación, pese a haber sido manipulada -había sido reducida en un 15%- para alterar el tono, era claramente identificable como perteneciente al pianista Carlo Grante.

El director de 'Gramophone' declaró que no estaba aún claro cuántas -si es que había alguna- de las últimas grabaciones de Joyce Hatto eran suyas.

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