David Gistau
Cuando se les observa dentro del habitáculo como Jane Goodall a sus gorilas, cuando se atiende al lenguaje corporal y a la disposición en un espacio tan cerrado, es posible aventurar alguna hipótesis sobre los vínculos jerárquicos de los acusados. Quién respeta y quién es respetado. Victoria Prego percibió cierta sumisión instintiva a 'El Egipcio', el hombre que ayer dedicaba una atención tutelar a los interrogatorios e incluso asentía cuando lo escuchado le complacía. Por el contrario, Abdelmajid Bouchar parece un peón de brega del que los demás hasta se ríen cuando se define como un «analfabeto total» incapaz de navegar en internet.
Después del trasiego de cerebros, de los que doblegaron voluntades para engancharlas al banderín de la yihad, estaríamos ahora ante una simple herramienta ejecutora escasa de visión y de prestigio. Por eso, en el piso de Leganés, donde todo un rastro de ADN le delata, habría asumido tareas que no son de las que se encarga un jefe. Por ejemplo, sacar la basura. Al hacerlo, detectó la presencia policial en la calle Martín Gaite y escapó. Por lo que se daría la paradoja de que fue precisamente su poca importancia en la cadena de mando lo que salvó a Abdelmajid Bouchar de inmolarse junto al resto del comando cuando los geos ya estaban en la puerta.
A diferencia de Zougam, que salió airoso de los interrogatorios, Bouchar construyó un discurso lleno de grietas y de contradicciones que no parece sólido como para superar el filtro de las pruebas periciales.
Antes que él, declaró Basel Ghalyoun, con el rostro cada vez más distorsionado por un tic nervioso según avanzaba el interrogatorio y con el amparo de unos apuntes que sugerían que a su abogado la espontaneidad le parecía peligrosa. Ghalyoun, como Forrest Gump, estuvo en todas partes y trató a todos los nombres esenciales del sumario: un gorro de rezo impregnado con su ADN le sitúa incluso en el piso de Leganés.
Participó en las excursiones iniciáticas al río Alberche y fue uno de esos muyahidin vocacionales que entraron en la órbita de 'El Tunecino', seducidos por los vídeos snuff de las hazañas bélicas en Afganistán y Chechenia con los que Serhane hacía proselitismo.
Por primera vez en el juicio, Ghalyoun introdujo el argumento de que los atentados del 11-M habrían sido la consecuencia de una voluntad de castigar a España por su apoyo a la campaña iraquí que en El Tunecino habría cuajado como obsesión.
Y no precisamente para atracar joyerías, como dijo Ghalyoun para espantar cualquier asociación con el terrorismo islámico. Sino para emular a Al Qaeda con planes tan ajustados al simbolismo del 11-S como el de atentar contra las Torres KIO. Las células de Al Qaeda esparcidas por Europa conforman compartimentos estancos, con patente de corso para actuar por libre.
Pero todas están unidas por un mismo concepto global según el cual Madrid y Afganistán son un mismo campo de batalla.
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