Las tranquilas calles de Orusco anoche tenían una marca terrible: la de las ruedas de la furgoneta de Alejandro Martínez Martínez. Alejandro, el de la tienda de comestibles Martínez, en la parte alta del pueblo. La soledad invernal de esta localidad -1.017 habitantes- del valle del Tajuña, al sureste de la Comunidad, se quebró con la muerte de una de sus vecinas a manos, presuntamente, de Alejandro.
Según las primeras investigaciones, el hombre arrancó su furgoneta Boxer, con la que transportaba los alimentos de su tienda, y atropelló varias veces a Menchu V. hasta matarla. Muchos testigos del pueblo le vieron, se lo cruzaron cuando huía como un loco hacia Valdilecha. Después le vieron cerca de Arganda del Rey. La zona permanecía anoche acordonada por la Guardia Civil, que al cierre de esta edición aún no le había encontrado.
¿Qué llevó a Alejandro a cometer tan terrible crimen? Según los testigos, la obsesión que sentía por Maricarmen, Menchu, como la llamaban todos. Las historias difieren según quién las recuerde, pero siempre coinciden en un punto: él estaba loco por ella. Tanto como para quitarle la vida.
En la confluencia de las calles del Puente y la avenida de la Paz, dos estrechas callejuelas cerca del centro del pueblo, anoche se concentraba casi un centenar de vecinos, tristes y silenciosos. A pocos metros, el cordón de la Guardia Civil los separaba de la tragedia.
En el suelo, se veían las huellas de la furgoneta, los restos de la saña con que Alejandro atropelló a su víctima. Lo hizo al menos dos veces, y le causó tales traumatismos que los médicos del Summa ya no pudieron hacer nada por salvarla, según fuentes de Emergencias 112. Cuando Alejandro, de 43 años, se dio a la fuga se cruzó con varios vecinos del pueblo. Otros, llegaron al centro y se encontraron todo lleno de guardias civiles. El cadáver de Menchu yacía en la calle ensangrentado, mientras familiares y amigos lloraban por ella y los suyos, porque este hombre no ha destrozado una sola vida, sino muchas.
Menchu estaba casada y tenía dos hijos ya mayores. Dicen los vecinos que incluso había sido abuela, pese a que sólo tenía unos 45 años. Alejandro también estaba casado y tenía tres hijos, el mayor de unos 12 años, y hace sólo unos tres meses acababa de nacer su tercera hija.
Para algunos, Alejandro era un tipo normal, sin más problemas que los que pudiera tener cualquier otra persona. Otros, en cambio, dicen que es un loco, que se veía venir lo que sucedió ayer por la tarde. Lo cierto es que él estaba obsesionado con Maricarmen y por eso ella y algunos familiares suyos le habían denunciado varias veces ante la Benemérita.
De nada sirvieron las denuncias. Según los que los conocían, que eran prácticamente todos en el pueblo, la fijación de él comenzó hace dos o tres años, en las fiestas del pueblo.
Una noche de borrachera parece ser que ella le hizo una carantoña, o quizá él creyó que se le insinuaba. Fuera como fuera, él pensó que debían estar juntos. Se fascinó perdida y enfermizamente con ella. La perseguía, la acosaba, cuentan los vecinos. Finalmente, ayer decidió que si no era para él no sería para nadie.
También dicen en Orusco que él había sufrido una baja por depresión en los últimos tiempos, que había tenido problemas psicológicos. Ahora son las dos familias quienes sufren el problema de esta locura. En la casa de la fallecida toda la familia tuvo que tomarse montones de tazas de tila para calmar los nervios y apaciguar tan terrible tragedia.
Muchos de los jóvenes del pueblo eran amigos de sus hijos o de ella misma, todos miraban con tristeza lo sucedido en este pueblo que poca gente conoce en la capital, pero que es un lugar apacible donde todo el mundo se lleva bien y es agradable con los forasteros. Está en un lugar un poco recóndito del valle del Tajuña, lejos de las grandes autopistas, y por eso conserva un privilegiado entorno natural, aunque anoche nadie estaba para pensar en las bondades del pueblo.
Discusión en una peña
Los que conocían a Alejandro recordaban cómo una vez, hace muchos años, se apuntó a una peña en las fiestas del pueblo y tuvo problemas con sus miembros. Pelearon y él los denunció, y se cuenta en Orusco que gracias a la indemnización montó su tienda Alimentación Martínez.
La pequeña tienda con su cartel de madera anoche estaba cerrada a cal y canto. Dentro sólo se veía la tenue luz azul del aparato para matar insectos. Hacía mucho que él había echado el cierre.
Cuando huyó, Alejandro casi se lleva por delante a unos jóvenes en la carretera. Tuvieron que echarse a un lado para evitar el choque. Más tarde, un joven le vio cerca de Arganda. Otro vecino sospechaba que podría haberse escondido allí porque tenía una cuñada, aunque según la gente del pueblo «éste no es de los que se esconden».
En un día tan triste para este pueblo de 1.200 habitantes lo único que tenían todos claro es que Alejandro no volverá por Orusco. Y que la vida para el marido de Menchu, sus hijos, familiares y todos los que les querían tampoco será nunca más tan tranquila ni apacible como solían ser las calles de Orusco.