Martes, 20 de febrero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6274.
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Negar un hecho es lo más fácil del mundo. Mucha gente lo hace, pero el hecho sigue siendo un hecho (Isaac Asimov)
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«Todos somos putas en el teatro»
En un buen momento artístico de ambos, con la presencia de las comedias 'Humo' y 'Gorda' en la cartelera, M2 reunió a Juan Luis Galiardo y a Luis Merlo para charlar sobre actualidad teatral y un poco sobre ellos mismos
BEATRIZ PULIDO

Pertenecen a dos generaciones diferentes de actores. Tienen en común su actualidad en la cartelera teatral, un cariño mutuo considerable, una lengua alopécica, irónica y sagaz y la pasión por la vida y por el teatro.

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Pregunta.- Siempre que se escucha hablar de teatro, la palabra crisis no anda demasiado lejos.

Luis Merlo.- Yo nací oyendo hablar de crisis del teatro. Vivimos en un mundo en crisis y el teatro, que es un reflejo de ese mundo, cómo no iba a estar en crisis. Pero, en el momento en que podemos revivir a un actor muerto a través de un ordenador para hacerle protagonista de una película, cobra mayor importancia el directo y la emoción de los allí sentados con la actuación.

Juan Luis Galiardo.- Y la emoción que despiertan en el público las funciones de Humo y Gorda jamás se volverá a repetir.

L.M.- El gran personaje del teatro es el público. No viene descrito por el autor pero es el último personaje de la función. Cuando tú escribes un libro magnífico o pintas un cuadro puedes volver a mirarlo para rememorar dónde estabas aquel día. Nuestra partitura particular, nuestro libro, queda tirado en la memoria del público que lo ve.

J.L.G.- Por eso el teatro no morirá nunca. El cine agranda las ideas, la televisión las empequeñece y el teatro acerca a la vida. El teatro está en crisis como la propia vida. Crisis viene de crecimiento y algo que no crece es que está muerto.

L.M.- Lo de la crisis es un mito. Peter Brook decía que el actor, el artista, no debe nunca dejar de sentir miedo, porque en el momento que deje de sentirlo, deja de crecer. Decía que el espacio del miedo hay que rellenarlo de cosas positivas: de confianza en lo que haces, de disciplina. Es curioso, la gente dice que los libros y el teatro son caros, pero esa misma gente se gasta un viernes, en cenar y tomar copas, a lo mejor lo que cuestan dos libros y tres idas al teatro.

P.- ¿Hacia dónde apunta el teatro del siglo XXI?

J.L.G.- Más que del teatro, habría que hablar del mundo del espectáculo. Pedro Larrañaga, hermano de Luis, decía que el teatro no puede ser hoy sólo un vehículo de entretenimiento, porque ese estado crea una sensación de vacío a una sociedad que ya tiene bastantes vacíos en su oferta de bienestar. No podemos ofrecer al público espectáculos egocéntricos, que forman parte de unos artistas enfermos de vanidad. Eso no es el teatro. No se debe obligar al espectador a hacer un esfuerzo mayor que el que su realidad le permita.

L.M.- Yo estoy plenamente de acuerdo. Creo que en un momento determinado nos olvidamos de que el teatro es un acto de comunicación. Nos hicimos los protagonistas, los espectadores, los autores, los directores. Para mí no existe el teatro de minorías. Creo que diez espectadores sentados en un patio de butacas son una mayoría aplastante a la que hay que convencer de que ha merecido la pena dejar todo lo que podría estar haciendo para sentarse en una butaca y contemplar una mentira.

J.L.G.- Me parece genial esta visión de un primer actor como Luis. Otra cosa importante que el teatro necesita es una difusión, un marketing, que se hable del género. Hay siempre un arranque de toda obra que parece que cuesta.

L.M.- Estoy convencido de que lo que más daño hace al teatro no es la televisión, ni el cine, sino el mal teatro. Entendido como un negocio en el cual determinado empresario se lleva dos duros y se va a su casa sin importarle el resto. O determinada gente que presume de hacer teatro minoritario y vive una labor de catarsis personal sin importarle una mierda aquel que se sienta a verlo.

J.L.G.- Exacto.

L.M.- En la película Balas sobre Broadway, John Cusack, que hace el papel de un autor de teatro independiente, no puede resistir haber entrado en el circuito comercial, abre la ventana y grita: «¡No soy una puta!». Todos, de alguna manera, en el mundo del teatro somos putas, y benditas putas. Todos tenemos que vender sin pudor. Parece que eso nos puede restar creatividad y pureza. No me dé usted dinero para montar una función. Yo creo en lo que hago y voy a poner todo lo que no tengo en ella. Déme dinero para promocionarla.

J.L.G.- Lo que no puede haber son centros creados por el Ministerio donde se diga que el teatro de calidad debe ser aburrido porque entonces estamos haciendo una labor terrible. Esto es una bomba de relojería que se construye con el dinero de los ciudadanos.

P.- Ultimamente, parece que hay una tendencia de los actores a ejercer su crítica sociopolítica en la calle, con micrófonos y pancartas.

J.L.G.- Los actores estamos unidos relativamente porque somos células individuales, afectivas, de reconocimiento mutuo. Cuando salimos a manifestarnos lo hicimos en momentos concretos y porque somos el inconsciente colectivo del pueblo. También están los que se manifiestan todos los días, que lo han convertido en un nuevo oficio: el de manifestantes.

L.M.- Yo no puedo salir a una función en un papel creado por Juan Carlos Rubio expresando las ideas de Luis Merlo. Cuando los actores crean plataformas es para avanzar, evolucionar. Hay actores que deciden emplear esa popularidad para ganar más dinero (cosa absolutamente respetable), otros emplean ese nombre para tratar de subsanar errores de la sociedad.

J.L.G.- El problema es que ahora se ha creado un guerracivilismo español. Hay un sector radicalizado que nos rechaza. Yo no diría de derechas, porque eso de las derechas y las izquierdas es de la Revolución Francesa. Acuso a toda la clase política, que debe hacer un acto de humildad con un pueblo que, a pesar de todo, está sacando adelante el país.

P.- ¿Madrid ejerce de capital teatral?

J.L.G.- Hoy día, el gran patrocinador de la cultura teatral son los ayuntamientos y municipios. En éstos, el concejal de Cultura se tropieza en el bar con el ciudadano y éste le dice «¡Vaya programación, tío guarro!». Aquí, el concejal de Cultura está escondido detrás de un baldosín.

L.M.- Allí se produce eso de que llegan los cómicos, que llega el teatro. Lo esperan con verdadera sed y pasión. Aquí es más difícil que se dé porque vivimos en un mundo desapasionado y esta ciudad está llena de prisas. Es mi ciudad y yo no querría vivir en otra, pero reconozco que para que la gente acuda al teatro hay que hacer un acto social y no basta con el acto cultural.

P.- ¿Por qué les merece la pena seguir siendo actores de teatro?

L.M.- No es algo que se pueda analizar. Es algo que se lleva en la genética, en la sangre, en la necesidad de expresar en directo ese demonio o ese ángel que tenemos todos dentro. No desmerece ni el cine, ni la televisión, pero el escenario nos permite medir el hecho de que aún tenemos algo interesante que contar. Eso ocurre cuando el público se calla o se ríe. Si perdemos eso de vista mucho tiempo, nos perdemos a nosotros mismos de vista como actores.

J.L.G.- No podríamos soportar durante demasiado tiempo las risas enlatadas o que nos corte la imagen cualquier montador...

L.M.- Hace mucho tiempo escuché a Antonio Banderas decir que, en cine y televisión, uno es un medio más para llegar a un fin; en el teatro, uno es el único fin, el último.

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