B.P
Pertenece a una generación de actores que aprendieron el oficio, no desde las aulas, sino a fuerza de gastar callos encima de un escenario. Dotado de un físico contundente y una fervorosa verborrea, Juan Luis Galiardo hace tiempo que abandonó en una cuneta ese papel de galán que ejercía sobre las tablas y en la vida, y comenzó a llamar a las cosas por su nombre.
Confiado, irónico, avasallador como una onda expansiva, extraordinario conversador, continúa, como los místicos, buceando en su interior y despachando a sus últimos demonios interiores, lo único que quizá le separa de la libertad, porque lo de fuera apenas le condiciona.
De su San Roque natal si acaso le quedan en el habla unos dejes andaluces, cuando se deja llevar por la pasión de la charla.
Después de firmar su último papel de Cervantes, con la película Miguel y William, se ha girado a las tablas encontrando en ellas la que, a sus 67 años, dice constituye su verdadera y última pasión: el teatro. Es el productor y principal actor de la comedia Humo, que se ha estrenado hace unos días en el Teatro Maravillas, en la que actúa junto a Kity Manver. En ella se aprecia a un Galiardo que se levanta sin tapujos la coraza. Un tipo energético que sin duda merece la pena.
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