Cuando un iraní quiere un aumento de sueldo, elogia a su empleador hasta que, mucho después, se refiere veladamente a su pretensión, sin hablar de cifras ni utilizar palabras explícitas. Si quiere comprar algo, deberá insistir para saber el precio mientras el vendedor le dirá que no vale nada durante un buen rato antes de empezar el regateo. Si es huésped de una casa, rechazará todo lo que le ofrezcan varias veces y transcurrirá un tiempo considerable hasta saber si su negativa es sincera o no.
Estos ritos cotidianos pertenecen a la etiqueta persa, llamada t'aarof y basada en la insinceridad y los sobreentendidos. Con esta cultura, es fácil intuir la complicación de una negociación iraní cuyo objeto, sean las centrifugadoras que enriquecen uranio para producir electricidad o la bomba atómica. Pero, tras meses de mucho t'aarof el año pasado, Teherán vuelve a lanzar el mensaje de que quiere negociar su programa nuclear.
Las lentas formas iraníes no son irrelevantes, especialmente cuando el centro de la disputa con Teherán es la confianza, la que les falta a las potencias occidentales sobre las intenciones del régimen de Ahmadineyad y a los iraníes sobre los incentivos prometidos por la comunidad internacional si abandonan el enriquecimiento.
Esta semana, se acaba el plazo para que el Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA) recomiende ampliar las sanciones de la ONU, aprobadas en diciembre, si Irán no suspende el enriquecimiento de uranio. Alí Lariyani, el negociador nuclear iraní, visitará hoy en Viena a Mohamed ElBaradei, el director de la agencia, horas antes de la publicación del informe. El iraní no quiere parar las centrifugadoras, como repetirá ante ElBaradei, quien ha propuesto un paréntesis de suspensión simultánea y temporal del enriquecimiento y las sanciones para poder retomar las charlas.
Según los iraníes -poco fiables hasta para mantener las citas, que suelen cancelar en el último momento para después volver a fijar-, el diálogo con su interlocutor internacional, Javier Solana, ya ha empezado. «La semana pasada se acordó que las negociaciones comiencen de nuevo donde se interrumpieron», dijo ayer el ministro de Exteriores iraní, Manouchehr Mottaki. Los iraníes incluso hablan de una nueva propuesta para que su enriquecimiento se limite al 4% (para la bomba atómica la concentración debe rondar el 90%).
Pero el jefe de política exterior de la UE insiste en que aún no hay charlas formales y en que, si los iraníes quieren negociar «saben lo que tienen que hacer», es decir suspender, aunque sea durante unos meses, el enriquecimiento para cumplir con la resolución de Naciones Unidas que los sanciona por no interrumpir el proceso tras 18 años de engaños sobre su programa nuclear. «Los iraníes todavía no han ofrecido nada sustancial, pero lo interesante es el ambiente doméstico que están creando», explica Cristina Gallach, la portavoz de Solana.
Lariyani, reforzado tras las elecciones de diciembre que perjudicaron a su rival y presidente, Mohamed Ahmadineyad, intenta ahora dejar de lado el t'aarof local y seguir el ejemplo de Corea del Norte. Los europeos, a excepción de los británicos, están dispuestos mientras Irán haga alguna concesión, pero, según fuentes diplomáticas, Condoleezza Rice, la secretaria de Estado y partidaria de la diplomacia con Irán, lo tendrá ahora mucho más difícil para convencer a su Administración.
Aún así, el mensaje tanto de Solana como de ElBaradei es que las sanciones no bastarán para detener el programa nuclear de Irán y que la única opción es hablar. «Hay que dar un paso hacia el país y conseguir que negocie», dice el director del OIEA. «Probablemente, iremos más lejos con las sanciones si Irán no cumple, pero el asunto nuclear es la punta del iceberg...Irán se siente inseguro, vive en un barrio que no es precisamente amistoso», recuerda ElBaradei, quien pide que se trate con Irán también la seguridad de la región, la única salida para evitar otra guerra, igual o peor que la de Irak.
«Si la estrategia diplomática actual está de capa caída, la única respuesta racional es otra nueva», defiende Gareth Evans, presidente del think-tank International Crisis Group, que aconseja, en su último informe, no centrarse tanto en la suspensión como en el control del programa iraní. «La alternativa», escribía el viernes Evans en el Herald Tribune, «es demasiado horrible para contemplarla».