Martes, 20 de febrero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6274.
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Royal gana oxígeno ante ocho millones de telespectadores
La candidata francesa, vapuleada en los sondeos, explota su carisma y su política social durante su intervención televisiva
RUBÉN AMON. Corresponsal

PARIS.- Eran las 21.15 horas de la noche cuando Ségolène Royal abandonó la tribuna del plató y se acercó a consolar el llanto de un paralítico que lamentaba la precariedad de las personas desfavorecidas. El gesto fue espontáneo, inmediato. También una demostración de la sensibilidad y de la compostura que la candidata socialista mantuvo anoche delante de un tribunal ciudadano y en horario de máxima audiencia.

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Ocho millones de franceses asistieron desde sus casas al debate de TF1. Madame Royal se jugaba el físico en plena crisis de credibilidad, pero el dominio de la escena y su capacidad de sugestión resolvieron el trance.

Cuestión de templanza y de experiencia en el ámbito de la democracia participativa. La Zapatera lleva meses de gira en ciudades y pueblos dialogando con el electorado a pie de obra, de manera que anoche supo manejarse y administrar sus promesas. Vestida de Chanel, repitió que subiría un 5% las pensiones mínimas. Condenó al Gobierno actual por haber consentido que el desempleo juvenil se disparara al 23%. Y prometió que ningún joven permanecería en el paro más de seis meses.

Factura social

¿Cómo costear semejante factura social considerando la monumental deuda francesa? Ségolène Royal apeló al ejemplo de los países nórdicos. Es decir, que la receta exige el relanzamiento de la economía y el impulso del crecimiento a través de la formación, la innovación, la sindicalización masiva y el impulso de la seguridad social profesional.

La respuesta de la aspirante socialista ocupó el pasaje central de una transmisión centrada en muchas otras cuestiones sociales. Royal cree necesario abrir el debate de la eutanasia, reconoce los matrimonios homosexuales y considera prioritario extremar la protección de la mujer frente al aumento de la violencia doméstica.

El desafío televisivo pretendía convertirse en una reacción política frente a la pujanza de Sarkozy, aunque los últimos sondeos demuestran que las distancias entre ambos candidatos son cada vez mayores.

Le Figaro, por ejemplo, publicaba ayer que el aspirante del partido gubernamental (UMP) aventajaría en 10 puntos a la rival socialista en el segundo turno de los comicios presidenciales. Las diferencias serían menores en el primero (33% contra 26%), pero la encuesta del diario también arroja que la izquierda francesa globalmente se encuentra en su peor momento desde el año 1969.

No es demérito exclusivo de Ségolène Royal, sino un problema de credibilidad que atañe a la inflación de las pequeñas formaciones comunistas, revolucionarias, trotskistas y antiglobalizadoras.

El contexto, por tanto, beneficia claramente a Nicolas Sarkozy, cuyo peso electoral en el ámbito obrero es superior al de Ségolène Royal por mucho que la llamada Zapatera haya concedido a su programa un acento social.

El giro a la izquierda se produjo en el mitin multitudinario del 11 de febrero con las expectativas de una resurrección política y plebiscitaria, pero las expectativas se han relativizado sospechosamente con el paso de las horas. Sirva como ejemplo la dimisión del arquitecto económico de la campaña socialista, Eric Besson, constreñido a la retirada porque le resultaba imposible conciliar las promesas sociales de Royal.

La candidata socialista quiere maniobrar esta semana una reestructuración de la compañía. No sólo para imponer disciplina y quitarse la pátina amateur. También para que adquiera peso la palabra de sus hombres de confianza. Empezando por Jack Lang, ministro de Cultura de la era Mitterrand, y terminando por Arnaud Montebourg, famoso por haber declarado que el problema de Ségolène era su marido.

Superado el trauma de aquella boutade, Montebourg acusaba ayer a Sarkozy de beneficiarse de una berlusconización de los medios. Sin duda porque los mejores amigos del candidato conservador, Bouygues y Lagardere, controlan respectivamente el emporio de la televisión privada y los mejores recursos de la prensa escrita.

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