JACOBO GARCIA. Especial para EL MUNDO
MÉXICO.-
Aunque una vez llegó a ser el partido más grande de América, con más de 11 millones de militantes, el domingo fueron 9.000 los votos que dieron a Beatriz Paredes la presidencia del Partido Revolucionario Institucional (PRI).
Por tercera vez en el partido que gobernó México durante más de siete décadas, una mujer toma el mando de la histórica formación emanada de la revolución. En este caso se trata de una vieja militante, ex gobernadora, ex embajadora en Cuba y diputada de 53 años, a la que los mexicanos reconocen rápidamente por su larga trenza y el colorido de las prendas indígenas con las que siempre viste.
La nueva presidenta se ha propuesto frenar las divisiones internas entre las diferentes familias que conforman el PRI y hacer del partido una alternativa de gobierno. A partir de ahora «no habrá más 'ismos' en el PRI, lo único que habrá es priísmo», dijo Paredes. Paralelamente en su agenda está la misión de renovar una organización a la que el país sigue sin perdonar 70 años de autoritarismo y corrupción generalizada.
Varapalos en las urnas
En su primera aparición tras la victoria, Paredes definió al PRI como un partido de «centroizquierda», entre la derecha del gobernante PAN (Partido de Acción Nacional) y la izquierda del PRD (Partido de la Revolución Democrática) de Andrés Manuel López Obrador.
A pesar de que el PRI entró en la vida de los mexicanos mucho antes de que lo hiciera el agua corriente o el teléfono -gobernando el país desde 1929 hasta que en el año 2000 Vicente Fox ganó la Presidencia con el PAN-, Paredes recibe un partido que pierde apoyo y acumula varapalos frente a las urnas.
En los últimos años ha pasado de lograr la presidencia con Ernesto Zedillo (1994) con el 48% de los votos a perderla de nuevo en 2006, con el 22% y ocho millones de votos menos en un padrón que incorporó a 13 millones de jóvenes. Paralelamente, a nivel regional, el poder del PRI sigue siendo hegemónico y es la formación que más estados (17 de 31) y ayuntamientos controla del país. El nulo entendimiento entre el PAN y la izquierda del PRD, lo convierten en un clave para las reformas que pretende impulsar Felipe Calderón en su Gobierno.
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