Te comería a besos, te habrán dicho alguna vez. Y en eso no va implícito que te conviertan en longaniza. Fernando Pessoa sabía que el amor «es la más carnal de las ilusiones», e Isabel-Clara Simó (Alcoi, 1943) parte de esta cita para hablar del corazón y otras vísceras.
Despojado de cualquier aliño, el título de su última novela es explícito: El caníbal (Columna) va de un hombre que se come a la mujer de la que está enamorado. No la asesina, indica la autora al principio; únicamente aprovecha los conocimientos de haber trabajado en un matadero durante tres años para descuartizarla, y aplica una carrera brillante como cocinero para preparar con su carne sus platos favoritos.
Lo demás se convierte en metáfora de la metáfora, que es lo que suele ocurrir cuando se aplican las expresiones literalmente.Simó lo hace literariamente. Así, mientras va narrando la vida de Blai -desde que tiene una vida anodina con granos en la cara hasta que encuentra a su mujer muerta en casa-, la autora adelanta lo que va a suceder. Todo lo contrario, pues, que en una novela de suspense.
El protagonista de El caníbal descubre que la lentitud que le obligó a dejar los estudios resulta útil para el arte culinario.Simó aplica la misma técnica para adobar su historia. Los ingredientes están en la mesa desde el principio. La escritora los selecciona primero, y los cocina a fuego medio, hasta servir con ellos un plato insesperado.
«Me gustan los personajes aparentemente vulgares que de pronto resultan soprendentes», dijo Simó ayer durante la presentación del libro. En El caníbal, la sorpresa no está en el qué, sino en el cómo. Porque el final está presente desde el principio; lo chocante es la orgía de detalles en la que se sumerge la autora.
Igual que una cocina después de su uso, así queda el libro de Simó, con riñones, y sesos, y sangre frita por todos lados. «Somos lo que comemos», escribe la autora, y el protagonista decide mezclarse con su amada para siempre mediante un coito digestivo.Las células de ella pasarán a ser sus células.
Pero antes, Blai ha tenido que destriparla y despedazarla. «Me he documentado mucho para describirlo», dijo Simó, y acto seguido agregó: «Sin comerme a nadie, claro». Sabe que la piel humana es quebradiza, la carne dura y que «no tenemos grasa suficiente para hacer butifarra». Aprendió las técnicas de matadero visitando uno, y le sorprendió lo limpios que están.
También le llamó la atención una masa gris desagradable que había dentro de un cubo. «Supongo que esto es para tirar», le comentó a uno de los trabajadores. Pero del cerdo todo se aprovecha, y aquella masa sirve para fabricar cosméticos. De modo que imagínate qué besas, o con qué, cuando te comes a alguien a besos.