Son muchos quienes vaticinan que los resultados de los últimos comicios, los que entronizaron a José Montilla aun a costa de numerosos sacrificios y de unos cuantos regalos, se volverán a repetir en las próximas municipales. Son muchos quienes aventuran que, seguramente, a los socialistas de Jordi Hereu no les irá mejor de lo que le fue al de Iznájar y que también tendrá que someterse a muchas de las voluntades de sus socios de tripartito, a los deseos e inquietudes de Jordi Portabella y de Imma Mayol.Y, aunque no tengo ni idea de si la ecosocialista tendrá a bien pedir responsabilidades sobre la policía municipal, sí que se rumorea desde hace ya unas cuantas semanas que al republicano le haría una cierta ilusión quedarse con la concejalía de Cultura y dejar a Carles Martí tan compuesto y sin cartera como Joan Manuel Tresserras dejó a Ferran Mascarell (que se ha ido del Parlament dando un portazo, flojito).

Seguramente Hereu, de verse en la tesitura de ser alcalde de Barcelona a cambio de ceder Cultura a los republicanos, tendrá tan pocas dudas como hace unos meses tuvo Montilla, pero -también como le ocurrió a él- se equivocará. Sí. Seguramente la de Cultura no es la cartera del Govern que más presupuesto mueve y tampoco es la que toma las decisiones más transcendentes -cuestiones ambas que se miran con lupa en el momento de hacer los repartos-; pero también es verdad que las apuestas que se toman desde el ámbitocultural, en cierta manera, son algunas de las que más visibilidad tienen y también algunas de las que más identidad marcan. Señas de identidad de la acción de gobierno; señas de identidad de lo que un gobierno quiere legar como herencia a sus ciudadanos, ya sean los de Cataluña o los de Barcelona.

Evidentemente poca idea tengo de si Montilla se ha arrepentido o no de la decisión que tomó; y es pronto para saber si los catalanes nos tendremos que resentir de que sea Esquerra quien controle qué es y cómo tiene que ser la cultura catalana. Pero me gustaría que en el Ayuntamiento no se cediera esa responsabilidad a los republicanos (más allá de si Portabella sería capaz de hecerlo mejor o peor que Martí).

En los tiempos en que CiU controlaba la Generalitat y, por lo tanto, un convergente ocupaba la butaca de conseller de cultura, fue cuando más brilló la acción cultural del Ayuntamiento en manos socialistas. Parece que intentar brillar más que al otro lado de la Pl. Sant Jaume ha sido, es y será, una fórmula que funciona; por lo tanto, ya que ERC se ha quedado con el Palau que sean otros quienes lleven la vara de mando cultural desde el consistorio.

Señora Mayol, ¿se anima?