«¡El horror! ¡El horror!», gritó el pobre Kurtz en El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad. Desde entonces, el viaje a Africa como un descenso a los infiernos es casi un género en la literatura y el cine occidental.
«El horror, el horror» es, esta vez, un monumental actor llamado Forest Whitaker, ganador del Globo de Oro para la mejor interpretación masculina y gran favorito para el Oscar de la misma categoría, cuando sólo quedan cuatro días para la ceremonia del Kodak Theatre.
Y todo gracias a El último rey de Escocia (estreno este viernes), la película de Kevin MacDonald que ha puesto a Whitaker en la piel del tirano ugandés Idi Amin Dadá. ¿El papel de su vida? Whitaker parece nacido para interpretar al niño grande metido a genocida, al paranoico empeñado en salvar Africa, al pobre aldeano ignorante convertido en «el horror, el horror» que espera a un frívolo médico europeo, narrador de la historia de El último rey de Escocia.
«¿Los Oscar? Me siento bien en la espera. Sé que he trabajado duro, y ahora quiero disfrutarlo», dijo ayer Whitaker, de visita en Madrid. Y tiene razón cuando habla de trabajo duro. Para desempeñar su papel, el actor aprendió swahili, persiguió a los colaboradores, familiares y amantes de Idi Amin para entrevistarse con ellos y devoró decenas de ensayos sobre el proceso de descolonización de Africa central y oriental.
Whitaker, por tanto, se ha convertido en una voz autorizada para intentar explicar qué es lo que ocurrió en una de las regiones más pobres del mundo durante aquella nefasta segunda mitad del siglo XX: «Occidente, en su afán de controlar la descolonización y de mantener el orden, provocó destrozos espantosos». Así de claro.
Desde esa perspectiva, la historia de El último rey de Escocia (adaptación bastante libre de una novela de Giles Foden) no está mal escogida. Nicholas Garrigan, un médico escocés recién licenciado y sin planes claros para su vida, llega casualmente a Uganda con una mezcla de buena voluntad, ganas de aventuras y de juerga e irresponsabilidad. Más o menos, la actitud de las potencias coloniales europeas que llegaron a Africa en los siglos XIX y XX.
Lo primero que le ocurre a Garrigan en Africa es conocer a una encantadora ugandesa que se acuesta con él. Un par de semanas después, se cruza por su camino la comitiva presidencial de Idi Amin, necesitada de un doctor. Para cuando se quiere dar cuenta, Garrigan se ha convertido en el médico personal de Idi Amin, en su asesor político y en el único cortesano que conserva cierto sentido común en el palacio presidencial de Kampala.
La incapacidad intelectual, la crueldad, la paranoia crónica y los episodios de psicopatía de Idi Amin son evidentes para Garrigan desde el primer momento. Sin embargo, al médico le pesan más los Mercedes descapotables, las fiestas en la playa y el ingenuo, cómico y brutal encanto de Idi Amin. Garrigan sucumbe ante él y prefiere no ver lo que ocurre ante sus ojos. Hasta que es demasiado tarde y el horror le ha atrapado.
O sea: un descenso a los infiernos de libro que funciona gracias al colosal retrato psicológico que hace Whitaker del monstruoso (y muy primario) Idi Amin. «Él fue un hombre que vivió por y para sus pasiones», explica el actor. «Sólo sabía amar u odiar a la gente y a las cosas».
Tirano por accidente
El actor suena casi amable cuando habla de Idi Amin. ¿Sufre Whitaker de ese síndrome de Estocolmo que ya afectó a su personaje en la inolvidable El juego de lágrimas? «No lo estoy justificando. Pero hay que tener en cuenta que él era un hombre aquejado de paranoia, que no quería el poder pero que se encontró con él por error. Por eso, la obsesión de que estaba rodeado por sus enemigos gobernó sus actos».
De alguna manera, había motivo para esa paranoia. «Occidente colocó a Idi Amin en Uganda porque Obote [su antecesor en el Gobierno de Kampala] quería crear un bloque socialista junto a Kenyatta [presidente de Kenia] y Nyerere [presidente de Tanzania] en esa región de Africa y había que eliminarlo. Como Idi Amin no sirvió a los intereses de Occidente, Occidente se lanzó a por él. Por eso es hoy famoso. Idi Amin no fue el tirano más sanguinario de Africa, fue mucho peor el rey Leopoldo de Bélgica. Pero él es el recordado».
Algo tienen que ver en eso las excentricidades del dictador ugandés. El último rey de Escocia recupera alguna de las salidas de tono más famosas e hilarantes de Idi Amin. Por ejemplo, aquella famosa rueda de prensa en la que el dictador, alterado por las drogas, anunció el envío de un convoy de ayuda humanitaria dirigida al Reino Unido y se proclamó rey de Escocia.
La frase suena a chiste absurdo. Escuchada en la voz intimidatoria de Forest Whitaker, con su rostro empapado en sudor ocupando toda la pantalla, representa y explica el verdadero horror.