Lo que hoy es dinero fue en origen un abalorio, un exvoto, un lingote en forma de piel de toro, una concha de ostra perlífera que en Oceanía llamaban kina y que si juntabas ocho comprabas un cerdo grande. Esta última era de curso legal en Papúa-Nueva Guinea hasta 1960.
Antes de llegar a la moneda, mucho antes de cifrar la vida en papel timbrado, la artesanía producía también el objeto del cambio. Eran caracoles de mar, pulseras con cuentas de colores, iconos zoomórficos... La época del pre dinero. Antes de que la codicia se diagnosticase en el diván de los bancos, en las cajas de caudales, con los psicoanalistas perversos que son los prestamistas asestando aspirinas de dinero por un puñado de comisión.
El Museo Casa de la Moneda, en colaboración con Caja Duero, revisa la historia del parné en una amplia y curiosa exposición, Arte en el dinero. Dinero en el arte, abierta hasta el próximo 8 de abril y que cuenta con cuatro comisarios para diseñar y articular las cuatro secciones en las que se divide la muestra.
Desde las primeras manifestaciones arcaicas hasta la sofisticación de los griegos sólo pasaron un puñado de siglos, pero la economía pronto diseñó su ingeniería infalible. Por las polis corrían las monedas, las transacciones eran una realidad. El concepto de negocio estaba ya asentado, desde una entrada para las viejas olimpiadas hasta encargarle a Fidias un bajorrelieve en mármol al gusto.
«Desde el origen, las piezas bellas se fueron convirtiendo en moneda de cambio», apunta Rafael Feria, uno de los comisarios. «Primero los objetos tenían una función práctica, pero luego fueron adquiriendo valor monetario».
Aparecieron las huchas púnicas (siglo II a.C.), dando muestra del desarrollado sentido del ahorro fenicio. Con dos grandes lingotes de cobre micénico se traficaba con mujeres. Y ya en Roma, la jeta de los emperadores iba acuñada en las monedas, barnizando el dinero de un sentido de propiedad que aún dura en algunos países.
Pero el laboratorio artístico del dinero ha sido el billete. La exposición recorre algunas de las técnicas utilizadas para ilustrar el papel, por donde hemos visto asomarse a retratos de reyes y de revolucionarios -como el Che en los tres pesos cubanos- a dictadores, a Benito Pérez Galdós en verde, a La Chiquita Piconera de Romero de Torres -también de cuadro presente en la muestra-, a Rosalía, a Falla sin piano, a Ramón y Cajal... Formas de pago, formas de deuda que lanzaron su pértiga a todos los rincones tras las revoluciones industriales.
La otra orilla de la exposición, Dinero en el arte, repasa sin embargo cómo monedas y billetes se han convertido en iconografía de la pintura, de la escultura, del cine. Desde las tablas flamencas del siglo XV, aquellas que los frailes llevaban de altar portátil y con las que rebanaban alguna limosna, hasta la representación de la codicia según José de Ribera, o las imágenes de Brueghel el Joven, o las escenas de Simón de Vos, o la recreación de las viejas tabernas con su camada de tahúres dentro.
Así hasta rematar en el burladero del siglo XX donde el comisario de este apartado, el escritor Vicente Valero, ha tomado el dólar como expresión del siglo más mercantil de la Historia. «La modernidad es crítica con el dinero y con el capitalismo, pero el arte ha sido absorbido por éste», apunta.
Lo apuntan con sus obras Vostell, quien coronó de dólares la puerta de Brandenburgo, porque el dólar sustituye al oro como medida de ostentación; Brossa usando de marcapáginas de la Biblia un billete de 10.000 pesetas; Zush inventando su propia moneda; y Guinovart, con su azufre expresionista contra la dictadura de las finanzas. Y el mundo, entretanto, en su penumbra de calderilla.