Ese recorrido por la historia y la cultura en el que los dos bailes se encuentran concluye en el Teatro Gran Vía, con el espectáculo Romalí, o lo que es lo mismo Danza de los gitanos.

La función, que se enmarca dentro del festival Andalucía Flamenca, ha sido dirigida por Javier Latorre. Aunque, todo hay que decirlo, estaba previsto que fuera Ramón Oller el que le hubiera dado cierta coherencia artística a las coreografías, pero desapareció sin decir nada, ni ofrecer alternativa alguna para que alguien le sustituyera.

«En siete días hemos conseguido más que Ramón Oller hubiera conseguido en siete años», comentó un Latorre un tanto afectado «primero de todo porque desapareció de esa manera y sin haber dado la cara».

Romalí cuenta con la presencia de la bailarina india Maha Akhtar, quien siempre había encontrado similitudes del flamenco con el khatak que se baila en el norte de su país: «Sobre todo con el cante jondo, la soleá, la seguiriya y el taranto que baila Manuela». Además, reconoció que la diferencia entre las dos formas de expresión artística reside en «los acentos y en el hecho de tener que cambiar los cascabeles de los pies descalzos por los zapatos».

Con música de Joaquín Amador, Romalí cuenta una historia apenas hilvanada con cuatro trazos argumentales y que describe el lugar donde se encuentran, sin fusionarse, la danza hindú y el flamenco: «Dentro de todas las influencias que han hecho del flamenco lo que es hoy, una de las más importantes es la que trajeron los primeros gitanos que llegaron a Europa en el siglo XV, procedentes de Rajhasthan de donde salieron tres siglos antes», comenta Latorre.

Para el director escénico las similitudes entre ambos bailes son claros «sirva como ejemplo el zapateado o los braceos de la danza khatak, los ritmos y tonos de la seguidilla y la bulería que ambas comparten».

Nómadas

El primer número del viaje, que baila Akhtar, no podía llamarse de otra manera que Nómadas. A partir de ahí se intercalan alegrías, fandangos verdiales, alboreá y bulerías romanceada, pasando por las seguiriyas que se funden en una emotiva coreografía titulada Encuentro donde Carrasco y Akhtar se funden en un abrazo flamenco.

El espectáculo termina después de ocho coreografías, con el número Mi canto a la esperanza, interpretado por toda la compañía que canta y baila por bulerías. Sobre las tablas, ésa que Juan de Dios Ramírez Heredia coronó cuando sólo tenía 18 años con el apelativo de la diosa del baile flamenco, y a la que José Luis Ortiz colocó unos ojos calientes, un cuerpo arrogante y unas manos sabias, en su perenne búsqueda y reivindicación del flamenco puro.

Manuela Carrasco (1958) lleva más de 40 años subida a los escenarios y aún continúa bebiendo de las inagotables fuentes de esta algarabía de pasión y contorsión, escarbando en sus raíces gitanas para encontrar esa primera huella que le inspire a dar el paso siguiente. La flamenca suele llevar el baile hasta sus últimas consecuencias.

Cuentan que se subió enferma a un escenario francés y dio lo mejor que tenía aunque tras bajar el telón tuviera que darse un paseo por el hospital más cercano.

Ha poseído Carrasco siempre la virtud de saber de dónde viene y hacia dónde quiere dirigirse. Desde ayer eleva al escenario su última aspiración: «Hermanar la India con Andalucía, armonizar el khatak» y hacerlo con una nueva voz.

La de Triana anuncia una nueva sensibilidad para un tiempo nuevo que toca ahora recorrer. Sus gestos, que ejecuta con una maestría difícilmente irrepetible, tienen siempre la palabra. «Y que la tierra se oiga hasta en los silencios».

La acompañan, como siempre, grandes artistas y un nutrido grupo de músicos entre los que se incluyen tres maestros indios (Rajeeb Charaborty, Sanju Sanhai y Pandit Armes Misra) que le darán un sabor y un aroma a esencia y especia a este viaje por el flamenco. «A ver si entre tanta detención y después de lo sucedido en los carnavales en Tenerife, se habla ya de los gitanos por lo que se tiene que hablar, en el escenario», se quejaba Latorre, quien admitía que «Romalí es un canto a la piel morena, perseguida, maltratada y siempre sospechosa desde la noche de los tiempos». Reivindicación, homenaje, alegoría, «ésta es la historia de los gitanos».

Romalí

. Hasta el próximo 25 de febrero, en el Teatro Gran Vía (Gran Vía, 66). Precio: 20 a 36 euros. Martes, miércoles y jueves, a las 20.30 horas; viernes y sábados, a las 19.00 y 22.00 horas; domingos, a las 19.00 horas.