RUBÉN AMON. Corresponsal
PARIS.-
El deporte nacional de las encuestas arroja en Francia una paradoja difícil de explicar: François Bayrou no tiene opciones de pasar el primer turno, pero sus compatriotas votarían a su favor en la segunda ronda si tuviera que enfrentarse indistintamente a Ségolène o a Sarkozy.
La sorpresa demuestra que el líder del partido centrista (UDF) se ha convertido en una respuesta al enfoque maniqueísta de la campaña. Quizá porque ha cultivado la moderación y el huerto gaullista. O quizá porque también ha sabido atraerse la credibilidad personal en el ala izquierda.
De otro modo, no hubiera dicho que sería capaz de nombrar a un primer ministro socialista en caso de conquistar el Elíseo. Bayrou alarga el centro, pone nervioso a los gallos y arrebata a Le Pen el honor del arbitraje.
El líder ultra del Frente Nacional estaba seguro de haberse convertido en el tercer hombre de la sucesión al trono de Chirac, pero algunos sondeos de última hora relativizan su fuerza y colocan la medalla de bronce en el cuello de Bayrou con un margen inesperado del 16% de los sufragios.
Las expectativas casi triplican el resultado que el patriarca de la UDF (Unión por la Democracia Francesa) obtuvo en los comicios de 2002. Entonces le perjudicaba la proliferación de candidatos y el extremismo de las opciones, mientras que ahora ha conseguido demostrar que existe una alternativa razonable y consensuada a la pelea entre Royal y Sarko.
«Sensatez y mesura»
«Soy la respuesta a la duda que se les pone delante a muchos ciudadanos. Mi partido y mi proyecto reúnen la sensatez y la mesura que necesita Francia. No hay que aventurarse a la incógnita de Ségolène Royal ni darle confianza a un político que habla de ruptura cuando lleva cinco años en el Gobierno», señala Bayrou en evidente alusión a Sarkozy.
Sus declaraciones resultarían más verosímiles si no fuera porque su propia agrupación es aliada del partido gubernamental (UMP) en la casi extinta legislatura. Empezando porque Gilles de Robien desempeña el cargo de ministro de Educación y representa el ala de la UDF más allegada a las posiciones del premier Dominique de Villepin. La paradoja ha cedido terreno en los últimos meses merced a un cambio de estrategia de Bayrou. Primero discutió abiertamente la reforma de empleo juvenil que pretendía el jefe del Ejecutivo. Después participó en algunas mociones de censura al Gobierno. Y finalmente ha roto amarras con Sarkozy para dar cuerpo y relieve a su propia candidatura.
Tiene mérito Bayrou. Su campaña política a la vieja usanza, la memoria de sus antecedentes campesinos, las convicciones católicas y la nobleza de su aspecto a los 55 años han conseguido un espacio inimaginable en la quiniela presidencial. Más aún considerando que las grandes televisiones tienden a discriminarlo y que su campaña laica y neogaullista funciona en el boca a boca.
Cunde en la incertidumbre en los acuartelamientos rivales. Hasta el extremo de que Jack Lang, ministro de la era Mitterrand y mosquetero a las órdenes de Ségolène, insistió ayer en que Bayrou era de derechas.
Se lo decía a los militantes socialistas, por si el desarraigo progresivo de la candidatura de Royal pudiera reorientar el voto útil a un político que ha dado fondo al oportunismo de su propio lema: «Otra elección es posible», rezan los carteles que inmortalizan a la versión francesa de Prodi.
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