Parece una especie de remake de la misión religiosa de Santa María de Nieva, perdida en el corazón de la Amazonía, que Vargas Llosa describe en su novela La Casa Verde. El enigmático monasterio de la Santísima Trinidad (situado en la villa rumana de Tanacu, a 400 kilómetros de Bucarest) estaba a un paso de convertirse en la isla en la que se refugiaba una secta gobernada por el llamado Rasputin de Moldavia.
Su líder era Daniel Petru Corogeanu, un monje de 31 años que había destacado desde el principio por intentar imponer sus propias normas en la comunidad de feligreses. Su idea era cambiar las raíces de la ortodoxia cristiana rumana. Quiso renovar la vida interior del monasterio, introduciendo por primera vez una convivencia mixta entre monjes y monjas, presentando el cambio como beneficioso para la vida espiritual de los religiosos ante la cúpula de Bucarest.
Rápidamente, los 300 feligreses del pueblo aprendieron las nuevas reglas y rarezas implantadas por Corogeanu: se descalzaban a la entrada al templo y permanecían durante las seis horas que dura la misa ortodoxa con las manos levantadas hacia el cielo sin emitir ni un quejido.
Pronto comenzó a cundir entre las mujeres de la localidad la fama de sus poderes para quitar los males del diablo. Las más viejas del lugar aseguraban que sus misas podían curar los malos deseos y las pesadillas. Los rumores encontraron pronto alimento, en una región calificada por la Unión Europea como la más pobre de Rumanía. Los propios rumanos consideran la zona como muy atrasada, conservadora y medieval. Estamos en la Rumanía profunda. El monasterio de la Santísima Trinidad es un lugar maldito. Ningún jerarca de la Iglesia ortodoxa quiso ir a consagrarlo cuando, hace nueve años se terminó su construcción. Todos sabían que, antes o después, la comunidad iba a vivir su pequeño apocalipsis.
Y llegó. Fue en 2005, cuando Corogeanu llevó a cabo uno de sus rituales de exorcismo. El alma que requería su salvación era una joven monja de la comunidad, Irina Cornici, de 23 años. Había ingresado en la Santísima Trinidad apenas un año antes, seducida por la vida monacal y las cualidades de su líder. Los que conocían el lugar lo llamaban el monasterio del diablo rojo.
Pero, meses después, la chica se sumió en una profunda depresión y los médicos que la examinaron le llegaron a diagnosticar un principio de esquizofrenia. Toda la comunidad se implicó para ayudarla con sermones y cuaresmas. Pero, de improviso, su comportamiento dio otro giro a ojos de Corogeanu: «De repente, empezó a decir tacos y frases pornográficas. Hemos decidido aislarla y con nuestros sermones, salvarla del diablo que entró en su alma».
Decidido a exorcizar a la joven monja, Corogeanu constituyó un equipo formado por otras cuatro monjas. El 10 de julio, la ataron durante tres días encima de una cruz, amarrada con cadenas y candados. Para que sus gritos no molestaran a los fieles que asistían píamente a la misa, la metieron una tela en la boca.
Ocupados en las misas y en los rituales, el equipo de exorcistas abandonó a la joven monja en su agonía. Deshidratada y hambrienta, Irina cayó en la inconsciencia. Cuando quisieron llamar a los médicos, la muchacha ya agonizaba. Murió mientras era transportada al hospital en un desvencijado coche de la Cruz Roja rumana. Finalmente, el caso llegó a los tribunales tras un encendido escándalo mediático.
El martes, Corogeanu fue condenado a 14 años de prisión por la muerte de Irina Cornici, una joven huérfana que había vivido en las frías instituciones de la época del régimen de Ceaucescu. Las cuatro monjas que asistieron al diablo rojo en sus conjuros fueron sentenciadas a entre cinco y ocho años de condena y una compensación económica de 3.000 euros.
La Iglesia ortodoxa, que calificó el ritual como «abominable», expulsó a Corogeanu del oficio sacerdotal y excomulgó a las cuatro religiosas. «Apelaremos y esperamos tener éxito. No contábamos con esta sentencia, pero es la decisión del juez. Rezaremos a Dios para que nos ayude», dijo el Rasputín de Moldavia al conocer la decisión judicial. Sus fieles, presentes en el juicio, estallaron en llanto y se pusieron a pan y agua para ayunar por la libertad de los inculpados.
Corogeanu se retiró al bosque mientras prospera el recurso. Allí podrá reflexionar sobre su infancia frustrada, sobre lo que le llevó a obsesionarse por salvar almas con sus sermones. Sobre su gran sueño truncado, el de triunfar en el fútbol, que él transformó en una obsesión enfermiza por apartar a los hombres de una vida abocada al pecado y la tentación.
LO DICHO Y HECHO
«Apelaremos la sentencia y esperamos tener éxito. Rezaremos a Dios para que nos ayude»
1975: Nace el 26 de septiembre en la localidad de Vaslui (al noreste de Rumanía). 1993: Cursa tres años en la Universidad de Teología de Iasi. 2001: Es nombrado sacerdote en condiciones misteriosas por el fundador del monasterio de la Santísima Trinidad. 2005: Provoca la muerte de una monja tras atarla durante varios días a una cruz para practicarle un exorcismo. 2007: Es condenado a 14 años de cárcel.