VIVIANO DOMENICI. Corriere della Sera / EL MUNDO
Era un palmo más alta que las demás mujeres y no pasaba desapercibida. Contaba entre los 25 y los 30 años, la frente un poco huidiza, el mentón decidido y la piel morena. Se veía claramente que era una extranjera y, probablemente, procedía de la península Arábiga, pero lo que más la diferenciaba de todas las demás era un ojo postizo, recubierto de un baño de oro e insertado en la órbita izquierda.
Esta señora realmente especial vivió hace casi 5.000 años en Shahr-i Sokhta, en Irán, no lejos de la frontera con la Battriana, el actual Afganistán. Su ciudad era rica y ajetreada, no en vano por ella transitaban las caravanas de los mercaderes que hacían negocios entre Oriente y Occidente y que, quizás, un día llevaron con ellos a aquella extranjera de aspecto tan singular.
No sabemos qué fue lo que la condujo allí, al lejano desierto del Sistan, pero, dadas sus características físicas y la presencia del ojo de oro, los arqueólogos no descartan la hipótesis de que se tratase de una sacerdotisa o de una chamana. Cuando murió, fue sepultada con su ojo postizo, un collar de turquesas, un espejo de bronce, de forma un tanto exótica, y una treintena de vasos y copas de procedencia local. Hace un par de meses, los arqueólogos la encontraron excavando en la necrópolis de la antigua ciudad caravanera.
«La sepultura se remonta al 2900-2800 antes de Cristo y el antropólogo Farad Forufanzar estableció que se trataba de una mujer de cerca de 1,82 metros, con una estructura craneal de tipo africanoide. Esto hace pensar que procediese de las regiones del Irán meridional o, incluso, de la península Arábiga», explica Lorenzo Costantini, director de la misión arqueológica italiana en Sistán y Beluchistán.
El globo ocular de oro que lucía esta mujer no presentaba el aspecto de un ojo natural. Y esto puede tener su explicación. Dado que la habilidad de los antiguos artesanos de Shahr-i Sokhta les habría permitido realizar un ojo postizo muy similar al auténtico, hay que pensar que dicha prótesis cumplía sobre todo la función de lanzar «miradas centelleantes», que conferirían a la mujer un aspecto misterioso y sobrenatural. La mirada de alguien que tenía que ver lo que los demás no veían. Es decir, la mirada de una chamana.
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