Con gorra de chulapo, camisa de solapones y pañuelo al cuello, como mandan los cánones del rock torero, Jaime Urrutia se dio el martes en Madrid un homenaje, ayudado por compañeros de generación y jóvenes admiradores. La excusa era la grabación del primer disco en directo del ex cantante de Gabinete Caligari. El lugar elegido, la sala Joy Eslava, ubicada en el Barrio de los Austrias, para más inri de casticismo.
La Joy se convirtió en un paraíso para los rockeros: elenco de invitados con toda la cuerda detipos duros de los 80, ambiente de colegones, cadenas de metal y chicas guapas, como las del puesto del merchandising.
Como no podía ser de otro modo, un pasodoble precedió la aparición de Urrutia, que arrancó con Delirios de grandeza. Sobre el escenario, nueve músicos atendiendo la batuta de Urrutia, muy centrado en la grabación. «Así que si hay que repetir alguna canción, se repite», advirtió al respetable. Pero Tócala, Uli, animada, correcta y divertida, pareció disipar la posibilidad de segundas tomas.
La ausencia de Guille Martín, fallecido hace pocos meses, fue suplida por los invitados. El primero en salir fue Loquillo, en ¿Dónde estás?. Donde antes hubo chupa de cuero, el Loco lució smoking blanco, con pajarita desabrochada, mientras recitaba un speech tabernario sobre una mesita de noche con lamparita y todo.
A continuación, el primer joven, Iván Ferreiro, que no acabó de conjuntarse con el maestro en Mentiras. Urrutia anunció a continuación a «lo mejor del rock de Madrid» y salieron los Pereza para interpretar Cuatro rosas. En general, el concierto funcionó mejor con los compañeros de generación que con los nuevos fichajes: Dani Martín, de El canto del loco, cumplió con La sangre de tu tristeza, aunque se pasó de histrión. Jorge Drexler llevó Pitusa de Lavapiés al trópico, aunque de forma discreta. Y Amaral sonó muy chillona en Camino Soria, en la que el propio Urrutia se emocionó.
Así que los coetáneos del Caligari tuvieron que levantar el concierto. Loquillo, ya de negro, volvió para sellar la conexión chulesca entre Madrid y Barcelona en Caray. Ariel Rot, por su parte, se marcó sus buenos punteos en Qué barbaridad.
Y Bunbury, excesivo como sólo él puede serlo, se merendó a Urrutia, al público y a la propia canción en una trotona versión de Al calor del amor en un bar. Aunque el tema quedó bien, el público, tramposo, no dudó en buscar la imperfección para pedir una segunda vez al grito de «¡Que la repitan!». Al final, la audiencia se salió con la suya y Loquillo y Bunbury volvieron a salir para cantar de nuevo «por problemas técnicos». Ya. Como dijo el Loco, «al final acabamos cerrando los bares los mismos de siempre».
En general, y aunque no acabase de soltarse del todo, Urrutia sigue transmitiendo respeto. Eso sí, al oír La culpa fue del cha-cha-cha resulta inevitable acordarse de Millán Salcedo, el de Martes y 13.