Desde entonces no ha llovido mucho, pero tiempo ha pasado. Con sus altos y con sus bajos, las estaciones de esquí españolas han ido introduciendo los cañones de nieve en sus pistas; hoy forman parte de su paisaje. La gestión de la nieve artificial supone una de las variables clave en el éxito de un centro invernal. No sólo en España, sino también en los Alpes. Este año ha sido ilustrativo. Las sedes del circuito de Copa del Mundo que contaban con una considerable potencia instalada han podido celebrar sus pruebas. Otras, como Saint Moritz, en donde históricamente nunca ha faltado nieve natural, y por lo tanto la nieve de cultivo es menor, han tenido que suspender sus pruebas por falta de materia prima. Es significativo que la estación suiza, que tiene como emblema un sol radiante, y que fue construida cara al mediodía, hoy tiene que replantearse su estrategia. Bormio, en los Alpes italianos, pudo celebrar los Mundiales del 2005 gracias a la nieve artificial y a una poca nieve caída.

Es cierto que con innivación de cultivo no basta; que su principal función es hacer base, a principios de temporada, y después aumentar espesores en zonas determinadas que, por tener su copo mayor contenido de agua, hay que controlar muy bien su fabricación: la proporción agua y aire, la temperatura a la que se pone en marcha el sistema, la humedad del ambiente... pero esta temporada ha venido a dar la razón a quienes apostaron en su día fuerte por el sistema. Cito a las más destacadas en España: Formigal, Masella, Baqueira, Sierra Nevada y Cerler.