Jueves, 22 de febrero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6276.
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 ECONOMIA
TESTIGO DIRECTO / ESTACION DE SANTA JUSTA (SEVILLA)
«Búsqueme un autobús»
La noticia de que los trenes de Sevilla no viajarían hacia Madrid fue digerida con serenidad y respeto / El trato de los operarios de Renfe también fue muy bueno / Lo peor, las acusaciones de quién tenía la culpa del desprendimiento
ANTONIO F. TORRES

A las seis menos cuarto sonó el despertador. Comenzaba un día importante. Tras varios meses de rondar la fortaleza, habíamos conseguido abrir una puerta y presentábamos nuestro proyecto en la capital. El equipo me había elegido para este cometido y la responsabilidad de volver con buenas noticias me quitaba el frío camino a la estación.

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Con diez minutos de antelación entraba en los andenes de Santa Justa dispuesto a subir en el AVE de las 7 de la mañana, que, hasta que no se viaja en él, no se entiende por qué lo llaman el 'tren de los ronquidos'. De camino al andén, me sorprendió ver las pantallas que informan de las salidas en blanco y la gente demasiado tranquila formando corros, pero no le di demasiada importancia, no hasta que me asomé a las vías y vi que el tren no estaba.

El acto reflejo de las tres personas que hicimos el amago de embarcar en ese momento fue el mismo: mirar el reloj y comprobar que era la hora que creíamos. Pero esta vez era el infalible AVE el que fallaba a la cita.

Las primeras explicaciones las recibimos del personal de seguridad de la estación, que, sin querer mojarse, nos remitió a los servicios de información y atención al cliente. Allí encontramos gente como para llenar seis vagones, esperando recibir una explicación de lo que estaba pasando. Corría el rumor de que no saldría ningún AVE en toda la mañana. Poco después, un señor se situaba en el centro del barullo e informaba a los presentes de que la viga de un puente había caído en la vía del tren, rompiendo la catenaria y provocando desperfectos que hacían imposible el tráfico. Quedaban anulados de momento todos los trenes con destino a Madrid.

La noticia fue ingerida con total serenidad, quizás porque entre la multitud de los afectados que allí nos encontrábamos planeara sin quererlo la posibilidad de un atentado y, al ser un simple accidente sin víctimas, nos quedábamos más tranquilos. O quizás fuera porque era muy temprano para cabrearse, pero el caso es que de manera ordenada comenzamos a preguntar por posibles soluciones. Sin embargo, a las siete de la mañana ni había AVE ni había alternativas. Se daban todo tipo de facilidades para cambiar el billete de fecha, recuperar el importe y conseguir un justificante de la incidencia para jefes y compañías de vuelo. Pero de cómo viajar a Madrid -que al fin y al cabo era por lo que estábamos todos allí a las siete de la mañana- de momento nada.

Mientras el señor seguía contestando a preguntas de los viajeros, acompañado ya por azafatas y más personal, los grupos comenzaban a buscarse la vida. Otro señor colgaba el teléfono móvil e informaba de que había a las diez un vuelo a Madrid con plazas disponibles por 250 euros. Varios señores con traje salieron corriendo rumbo al aeropuerto. Otros, la mayoría, tras informarnos de que Renfe no se haría cargo de los gastos de taxis y aviones, decidimos cambiar nuestros billetes, tomarnos las cosas con filosofía y volvernos a casa. Madrid quedaba hoy demasiado lejos para ir y volver en un día.

He de suponer que, como yo, 17.000 personas pasamos la mañana de ayer dando explicaciones y excusas por no acudir a nuestras citas, puestos de trabajo, reuniones y horas de embarque en Barajas. En mi caso, tras convencer a mi equipo de colaboradores de que esta vez no me había quedado dormido, y explicar con éxito lo sucedido a nuestra «puerta abierta», todo ha quedado en la anécdota y un madrugón inútil. Pero supongo que no todos habrán salido tan bien parados.

Pero si algo me llamó la atención ayer fue la calma y la educación (al contrario de lo que puede verse en los aeropuertos) con la que los primeros afectados digirieron la incidencia. También he de resaltar el trato dispensado por el personal de Renfe, haciendo lo que estaba en sus manos por resolver ese problema que se le había venido encima.

Como uno más, no me cabreé al recibir la noticia. Tampoco me indigné con la falta de soluciones. Fue más tarde cuando me entraron las dos cosas juntas. Cuando vi que «alguien» aprovechaba el momento para cargar la culpa al rival. «Menos hablar, señora, que nos importa un pito de quién sea la viga... y búsqueme un autobús, coño...»

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