Jueves, 22 de febrero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6276.
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Subalternos y fantasmas
VICTORIA PREGO

De todas las declaraciones que se produjeron ayer en este juicio que lleva ritmo de paso ligero y en el que el presidente sigue sin permitir que el proceso se le desmadeje, la más interesante, por más misteriosa, fue la última. Al filo de las 19.00 horas habló Hamid Ahmidan, un marroquí de 30 años que tiene el especial interés de ser primo de uno de los más destacados suicidas de Leganés, 'El Chino'.

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No era la primera vez, sino la segunda, que la sala oía a un procesado decir que en los últimos días de febrero y los primeros de marzo no pudo ir a trabajar a la finca de Morata de Tajuña porque su primo no le dejó entrar. La razón: que estaba allí «una mujer con sus hijos». El otro peón que le hacía por entonces las chapuzas a 'El Chino' en la parcela había contado eso mismo al tribunal 24 horas antes. Pero ni uno ni otro fueron capaces de dar indicación alguna sobre la identidad de esos personajes fantasmales de los cuales los dos procesados hablan, pero a los que ninguno conoce y por los que nadie pregunta tampoco. Todas las preguntas posibles quedaron sin respuesta y quedó también la duda de si este hombre, el primo del suicida, hubiera ofrecido alguna precisión más si se hubiera avenido a responder a las cuestiones del fiscal y de las acusaciones. No fue así, de modo que quedamos pendientes de que llegue el momento de las pruebas y de los testigos.

El resto de la jornada dejó algunos rastros reconocibles en mitad de este bosque desdibujado y oscuro. Uno de esos rastros es la constatación de que, incluso en las intervenciones de los supuestos organizadores de la matanza y de sus autores materiales, la investigación está merodeando en torno a ellos en busca de una implicación que ya es inútil buscar: la de los muertos. Y que, después de haber pasado el lápiz una y otra vez sobre esas efigies desaparecidas, entrevemos un paisaje compuesto por gentes de segunda o tercera categoría, mozos de espadas -mozos de sangre habría que decir- de esos sujetos ausentes a cuyo servicio estos otros actuaban.

El otro rastro es el de que nos movemos en dirección centrífuga, del centro hacia la periferia de la responsabilidad de la matanza. Y que, acusado a acusado, hemos entrado de lleno en el terreno de los meros ayudantes de esta espeluznante operación. Nos acercamos así al borde de este primer círculo pero ya se intuye que, haciendo tangente con él, existe otro. Trasunto de lo que éste nos reserva sí que tenemos, porque en el que aún estamos recorriendo han aparecido ya los primeros aromas del segundo. Hablo de la información que la Policía, la Guardia Civil y los servicios secretos tenían de todo esto y de todos éstos.

Ha habido bastantes preguntas, pero de momento sólo espolvoreadas, sobre el grado de información que los acusados tenían de los seguimientos policiales a que estaban siendo sometidos. Muy pocos han dicho estar enterados de tal cosa. Pero la reiterada mención del asunto no ha pasado desapercibida. Es evidente, pues, que no falta mucho para que empiece a declarar el primero de los que se confiesan públicamente como confidentes de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado y será entonces cuando vuelva a plantearse, gigantesca, la pregunta de por qué, con tantísima información adquirida, con tanto y tan exhaustivo conocimiento de las andanzas y actividades de estos sujetos, pudo llegar el 11 de Marzo y pudieron actuar con libertad escandalosa unos individuos que llevaron a la Policía cosida a los talones hasta el último minuto antes del crimen.

Y, entreverada en esta última consideración, la asombrosa constatación de la afición desmedida de todos los procesados por acumular uno, dos, tres y hasta cinco teléfonos móviles con tarjetas distintas, que manejaban con soltura de contorsionista electrónico. No hay uno que diga tener un solo teléfono, un solo número y una sola tarjeta, como los simples mortales. Pero, con afición y todo, con tanto cruce de comunicaciones, con tanto jeroglífico, resulta inaudito que no hayan caído en que detrás de sus conversaciones pudiera haber unos oídos expertos y que, llegada la hora de echarles el guante -demasiado tarde, eso sí- los periplos de todos estos Marco Polo de la yihad asesina pasarían a un minucioso mapa de papel que les cerraría toda posible escapatoria. Lo cual, por cierto, nos habla al mismo tiempo de su incapacidad para tanto.

victoria.prego@el-mundo.es

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