Jueves, 22 de febrero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6276.
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 ESPAÑA
JUICIO POR UNA MASACRE / Los testimonios / LAURA JIMÉNEZ
Tres años de onda expansiva
RAFAEL J. ALVAREZ

MADRID. - El otro día Laura miró la tele de refilón y vio a uno de los acusados reírse. Aquella hilera de dientes presuntamente terroristas le mordió la mañana entera, como si la bomba que la dejó sin aire hace tres años en un tren hubiera explotado ahora en el salón de casa. «No me gustó. Dejé de seguir el juicio. No quiero verles la cara. No les odio, ni siento venganza. Aquel 11 de Marzo acabó una vida mía y empezó otra. Me repartieron otras cartas y estoy demasiado ocupada en aprender a jugarlas como para que mi cabeza piense en los que pusieron las bombas».

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Quizá usted conozca a Laura, esa chica de Alcalá de Henares que supo de su embarazo un día antes del atentado, que estuvo ocho días en coma y tan hinchada que no cabía en la cama del Gregorio Marañón, que se quedó sin la quinta vértebra por desintegración, que salía en las radiografías sin pulmones, menudo álbum de fotos privadas. Se trata de esa chica que se sentó aquella mañana de marzo y que sigue sentada esta noche de febrero, una silla de ruedas «que un día tengo debajo del culo y otro, metida en la cabeza».

Laura ha hablado para los periódicos y para las televisiones, ha estado en manifestaciones y en congresos, ha dado la cara con sus piernas. Pero está cerca de la retirada. «Creo que ésta va a ser la última entrevista que doy. Estoy harta de que los políticos nos usan para su provecho. Al principio éramos víctimas, ahora somos objetos útiles. Nos clasifican: 'Tú, de derechas; tú, de izquierdas'. Si eres de una asociación, apoyas tal teoría y estás contra el Gobierno. Si eres de otra, te ríes de la teoría y apoyas al Gobierno. Me dan asco».

Antes del atentado, Laura botaba y votaba. Usaba las piernas para saltar y la cabeza para vivir la política. «Yo era una persona convencida de mis ideas, debatía con mis amigos y votaba en todas las elecciones. Pero no volveré a votar. Ya ni siquiera siento la solidaridad ciudadana de antes. La política se ha infiltrado hasta en los amigos. Todo se está pudriendo. El otro día le pedí a uno que intentara ver que la política estaba haciendo que la gente nos olvidase como seres que aún sufrimos. Me avergüenzo de nuestra clase política. A veces querría vivir fuera de España y ser sólo lo que soy».

¿Y tú qué eres, Laura? «Yo tengo que hacer mi vida, no seguir siendo víctima toda mi vida. Si tuviera 60 años, a lo mejor. Pero la bomba me estalló a los 28 y ya no quiero más vueltas y vueltas».

Las vueltas las ponen las ruedas de su silla, esos pies redondos que mueve con las manos y que le recuerdan su «segunda vida», como dice ella. La silla le ha traído ocupaciones nuevas, más tiempo para la familia y un poco de terapia profesional para ir tirando. Cuando un sobreviviente habla, siempre dice que le importan cosas que antes no le importaban. A Laura también le pasa, pero eso sólo la consuela la mitad. «Me encantaría tener los problemas de coco que tenía antes del atentado».

A Laura se le salen las sinceridades por la boca, ni esa imagen de víctimas sobrehumanas que pueden con todo ni el tremendismo lagrimal que hay en quien ensaya ante las cámaras.

Al lado de un mal rollo convive la vida, tan cabezona. «Yo celebro cada 11 de marzo. Mi novio y yo nos juntamos con mis hermanos y sus parejas y nos vamos a cenar por todo lo alto. Ellos dicen que ese día nací otra vez. En el hospital les dijeron que yo era joven y que los milagros existían. Me inculcaron tanto esa idea que es como si tuviera dos cumpleaños».

El milagro todavía no se lo explica la enfermera que sigue cruzándose cartas y llamadas con Laura. Cuando llegó al hospital, era una víctima sin posibilidades, un cuerpo sin cara sólo reconocible por una marca de nacimiento en la frente intacta. Laura oyó a la enfermera pedir a gritos una radiografía y tuvo un instante de consciencia para negar con el brazo y señalarse la tripa embarazada. Después, el sueño del coma le ahorró unos días la mala noticia del aborto involuntario, quién sabe si otra vida menos en las cuentas de los terroristas.

En el hospital no le encontraban los pulmones, ni la vértebra que picoteó tanto el canal medular. «Toda la explosión se me quedó dentro... en todos los sentidos. El embarazo me duró un día. Ahora tengo una vida más chunga y me joroba tener miedo a los lugares muy concurridos o incluso a ponerme de pie. Puedo estar un rato de pie, pero tengo miedo. Es como si ellos hubieran ganado. Pero sé que al final ganaré yo. Les contaré a mis hijos quiénes, cómo, cuándo y por qué pusieron las bombas». Ese día, habrá que hacer otra entrevista.

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