En todo Orusco no se puede aparcar. Las callejuelas estrechas, repletas de rincones donde siempre cabe un coche, hoy están copadas. Ha salido el sol pero el día no es más alegre que los dos anteriores. Sigue habiendo silencio en el pueblo del Tajuña. Antes de mediodía, la gente se ha congregado en las calles; por la carretera han pasado más vehículos de lo habitual.
Al cabo de poco suenan las campanas de la iglesia. Ya llega el coche fúnebre desde Arganda, donde estaba Menchu. La gente respira más tranquila porque antes del entierro ya han conocido la noticia: él está detenido. Le cazaron de madrugada, durmiendo en la cama de su casa.
Por la calle que lleva a la iglesia avanza cada vez más gente. Muchos han venido desde Madrid y otras partes de la Comunidad. Hoy no han ido al trabajo para estar en el pueblo: todos quieren despedir a la mujer asesinada el pasado lunes, apoyar a su familia.
Entonces llegan los que más sufren: el marido, el padre, el hijo de Menchu. El resto de su familia. Están destrozados, aún no entienden lo que les ha hecho Alejandro Martínez, el presunto asesino de la mujer. La atropelló varias veces hasta matarla, en pleno centro del pueblo, porque estaba obsesionado con ella. Llevaba años acosándola. No habían servido las tres denuncias que había contra él.
Los familiares avanzan agarrados a los brazos de sus seres queridos. En la puerta del templo está el cura; a su lado, un familiar. Luego, más alejadas, las cámaras; y dentro y fuera de la iglesia, el resto del pueblo. Cientos de vecinos de Orusco. En la plazuela esperan todos a que llegue el féretro, bajo un silencio absoluto. Sólo se oyen algunos murmullos de alivio, porque a más de uno se le ocurrió que Alejandro todavía podría haberse presentado en este momento tan terrible. Muchos entran al santuario y otros esperan fuera. Llega el ataúd rodeado de amigos.
Después se oye un aplauso.
Pocos minutos después, salen todos a la plazuela de la puerta de la iglesia. Se apiñan junto a las escaleras. Abajo espera el coche de la funeraria. Entre muchas lágrimas, acompañan a Menchu. Después empiezan a bajar la empinada cuesta, una de tantas que tiene Orusco.
Callejean un poco más y llegan a la carretera. Como es tradición en los pueblos, todos van andando al cementerio, que está fuera. Arriba no queda nadie. La vida se ha parado durante este rato.
De los 1.200 habitantes de Orusco, no se sabe cuántos están aquí, camino del cementerio, pero son muchos. La carretera que lleva al camposanto, en dirección a Ambite, es el último camino de Menchu. Maricarmen Valdericeda, 46 años, madre de dos hijos, abuela, hermana, esposa, amiga, mujer «guapa y encantadora», vicepresidenta de la asociación de mujeres de Orusco, maestra voluntaria de trabajos manuales para los niños del pueblo y no se sabe cuántas cosas más. En un párrafo no cabe toda una vida.
Ahora todos quieren justicia, pero no creen que la pena que le pueda caer al presunto asesino sea suficiente. Más adelante llegará el momento de saberlo, eso está en manos de los tribunales. Por ahora, el pueblo continúa de luto. Ya habrá tiempo para pensar en lo demás.