Jueves, 22 de febrero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6276.
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 MADRID
Igualdad
'Las agresiones se quedan en falta'
A Isaac y Nancy les pegaron y amenazaron por ser, respectivamente, homosexual y transexual. Ambos denunciaron lo ocurrido. Desde Cogam se quejan de que es muy difícil que estos hechos sean considerados delitos
AMAYA GARCIA

ANancy y a Isaac les dio por ser diferentes. Bueno, en realidad son igual que el resto, pero a ojos de sus agresores, el hecho de ser transexual y homosexual fue excusa suficiente para arrancarse con ellos a puñetazos, patadas, insultos e intimidaciones. A la primera, le pasó en plena calle; al segundo, en un centro comercial. Los dos denunciaron lo ocurrido, pero cada uno ha corrido una suerte.

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La historia se repite con más frecuencia de la deseada. Las denuncias públicas aún son pocas, pero desde la Coordinadora de Gays de Madrid (Cogam) alertan de que descuelgan el teléfono todos los meses para escuchar capítulos de tintes homófobos o transfóbicos. «La legislación pone el listón muy alto para que hechos como éstos se consideren delito. Se quedan en faltas. Cuando hay delito, se mueve todo mucho más», asegura Manuel Ródenas, abogado de Cogam que ha llevado los dos casos. «Supone una humillación tremenda para la persona, tanto en un sentido físico como psicológico».

A tres de los agresores de Nancy, el juez les ha condenado a pagar una multa de 300 euros. «Es insuficiente por lo que me hicieron», dice ella. «Las indemnizaciones suelen ser muy bajas. Y eso que el caso de Nancy, para lo que suele darse, ha salido bastante bien», afirma el letrado.

Había jugado España contra Francia en el Mundial de Fútbol. Esa noche, Nancy salió con unas amigas. En el cruce de la calle del Marqués de la Valdivia con el paseo de la Castellana, dos chicas les pidieron un cigarro. Después, sólo recuerda que un grupo de jóvenes la pateó, la insultó... «Eran seis y dos de ellos, menores. Eso es lo más triste. ¡Qué educación están recibiendo para ir haciendo esto por la vida! Me dejaron el cuerpo lleno de morados. Otro problema es que por el hecho de ser menores, están al margen de casi todo».

Las dos amigas de Nancy pudieron cobijarse en un portal, pero las alcanzaron. Nancy se llevó la peor parte. Eran las 3.00 de la madrugada. «En nuestro caso tuvimos suerte. Una cámara del portal grabó todo y la policía llegó enseguida y pudo coger a los agresores». No era la primera vez que la emprendían a palos contra ella sin motivo; siempre ha denunciado, aunque la fortuna no la ha protegido en todas las ocasiones. «Hay que dejar constancia, pero es muy duro. Nosotros teníamos testigos, la policía nos llevó al hospital, la grabación... El problema surge cuando te han pegado y no tienes nada de eso».

Para Manuel Ródenas, hay una cuestión en estos procesos que no se tiene en cuenta: «el daño moral». «Hay más de fondo que la mera agresión. Es un ataque a la persona como tal». Muchas víctimas, vistos los resultados, «prefieren no denunciar los hechos y preservar su intimidad».

«Te sientes peor que un perro», explica Nancy, mientras cuenta su historia en una cafetería del centro de Madrid. «Yo no escondo lo que soy y debe de haber gente que no entiende mi libertad de expresión. Es un problema de respeto, ni más ni menos». Después de una agresión, cuenta, todas las precauciones y los miedos se instalan de nuevo en la cabeza. «Vigilas quién está alrededor, si ves en una acera un grupo de gente, te cruzas a la otra...». Siempre pensando que no vuelva a pasar.

A Isaac Rodríguez, 25 años, le costó meses levantar cabeza después de aquel 18 de marzo de 2005. «Estaba en una cabina de los baños del centro comercial de Príncipe Pío con un chico. Y un vigilante de seguridad dio una patada o un puñetazo a la puerta y me sacó por la fuerza». Al principio, trató de mantener la calma. «Nos decía: 'Maricones de mierda, soy nazi y soy vuestra pesadilla'». Esas palabras no se le olvidarán «en la vida». La pesadilla duró algo más de 30 minutos. «Nos amenazaba, 'Os voy a partir la cabeza', repetía, 'Y no es la primera vez que lo hago'». Después, según el relato de Isaac, llamó a dos compañeros. «Cerraron la puerta de los aseos por dentro. Nos retuvieron». Intentaron llamar a la policía por el móvil. Más amenazas. «Después, me empujó y me tiró al suelo. Al intentar levantarme, me presionó la cabeza contra el espejo». Les pidieron el DNI. «En principio, me negué a dárselo porque no tengo por qué mostrárselo a una persona de seguridad; al final, ya estaba muy asustado, y le facilité mis datos».

Entre el susto y la rabia, cuando les expulsaron del centro comercial, Isaac y su acompañante quedaron en llamarse. «Yo quería denunciar, estaba indignado». Fue a la comisaría de la calle de Leganitos. «El policía que me atendió me dijo que tenía poco que hacer; sólo contaba con mi testimonio». A Isaac le hundió, pero no quiso dejarlo ahí. «Fui a Cogam y de ahí a la oficina del Programa de Información y Atención a Homosexuales y Transexuales de la Comunidad de Madrid, donde me ayudaron en los trámites para poner la denuncia en la plaza de Castilla».

Ha tenido tres juicios. «En el primero, el agresor no se presentó en el juicio y se suspendió; en el segundo, lo mismo; y, en el tercero, la empresa mandó a ocho o nueve trabajadores, pero ninguno era mi agresor». A Isaac, recordar todo aquello le pone malo. «Al jefe de Seguridad de la empresa, le preguntaron en el juicio si tenía algún trabajador que se correspondiera con la descripción que había dado y dijo que no».

Tardó cinco meses en entrar de nuevo al centro comercial. «Fui al cine con unos amigos». Al salir, casi se desploma del miedo. «Estaba ahí, el vigilante seguía trabajando en Príncipe Pío». Nunca antes le habían intimidado así, pero tiene claro que, si volviera a ocurrirle, volvería a denunciar.

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