Se sabía que podía suceder en cualquier momento, el día menos pensado... Y sucedió ayer a las 14.47 horas. En ese preciso momento el Gobierno italiano de Romano Prodi perdió una votación fundamental en el Senado sobre su política exterior, quedando en pública evidencia los graves problemas a los que se enfrenta para gobernar a causa de las divisiones internas y de la pírrica mayoría con la que cuenta en la Cámara Baja. Tan graves que, tan sólo 281 días después de su investidura como primer ministro, Romano Prodi se vio obligado a presentar ayer su dimisión como jefe del Ejecutivo ante Giorgio Napolitano, presidente de la República italiana.
Napolitano, que se encontraba de visita oficial en Bolonia, tuvo que regresar apresuradamente a Roma para, tal y como establece el protocolo, poder recibir en el Palacio del Quirinale la renuncia de Il Professore. Sin embargo, se reservó la potestad de aceptarla, anunciando que hoy iniciará una ronda de consultas con los diversos representantes políticos para decidir como encarar la crisis. Es muy posible que Napolitano decida que el Gobierno se someta a una moción de confianza tanto en la Cámara de los Diputados como en el Senado.
La jornada aciaga para el Ejecutivo de Romano Prodi comenzó a las 9.10 horas, cuando el vicepresidente del Gobierno y a la sazón ministro de Exteriores, Massimo D'Alema, comenzó a ilustrar al Senado sobre la línea maestra de la política exterior del Ejecutivo, una cuestión en la que los diversos partidos que componen la coalición de Gobierno mantienen puntos de vista muy diferentes. Sobre todo en lo que se refiere al mantenimiento de la misión italiana en Afganistán y a la ampliación de la base estadounidense en Vicenza, dos cuestiones que dividen fuertemente al Ejecutivo y a las que la izquierda radical se opone con ímpetu.
D'Alema trató de ganarse el voto de sus compañeros más extremistas. «Afganistán no es una misión de la OTAN, sino de las Naciones Unidas dentro de la cual la OTAN desempeña una función delicada y esencial», subrayaba. «Estamos aquí para pedir un fuerte consenso que permita a Italia afrontar los próximos desafíos y continuar con nuestra política», añadía. Y dirigiéndose claramente a sus compañeros de filas más críticos les apremiaba: «No se os pide una adhesión entusiasta de todos los pasajes, sino la valoración de un compromiso general y de los valores en los que éste se inspira».
Era mucho lo que estaba en juego. El día anterior, desde Ibiza, el propio D'Alema ya había advertido que en caso de que el Gobierno perdiera esa votación fundamental debía de disolverse e «irse a casa». Pero el peligro no sólo venía de las posibles disidencias internas. La minúscula mayoría con la que el Ejecutivo cuenta en el Senado hacía también fundamental la posición de los siete senadores vitalicios.
Llegó la hora de votar. Sus señorías Fernando Rossi y Franco Turigliatto, dos senadores de la izquierda radical con cuyo apoyo en principio contaba el Ejecutivo, se levantaron de sus asientos y abandonaron el hemiciclo, negándose a respaldar con su voto la política exterior del Gobierno.
Pero la estocada final al Ejecutivo de Prodi se la propinaban los senadores vitalicios. Porque fueron tres de ellos los que en última instancia hicieron saltar por los aires al Gobierno de Il Professore: el indómito ex presidente Franceso Cossiga, que votó en contra de la moción que respaldaba la política exterior del Gobierno, y Giulio Andreotti y Sergio Pininfarina, que se abstuvieron. Pero, dada la pírrica mayoría del Gobierno en la Cámara Alta, abstenerse ayer equivalía a votar en contra.
Eran necesarios 160 votos para que la política exterior del Gobierno fuera respalda. El Ejecutivo tan sólo logró reunir 158, ascendiendo los votos en contra a 136 y las abstenciones a 24. Inmediatamente un grito de júbilo salió de los bancos de la oposición, celebrando muchos senadores de centro derecha la derrota del Gobierno lanzando por los aires documentos y periódicos. Los escaños del centro izquierda, sin embargo, se hundieron en un gélido silencio.
Inmediatamente después, la oposición comenzaba a exigir a grandes voces la cabeza de Il Professore. «Por motivos de coherencia política, de coherencia constitucional y de coherencia ética, a Prodi le corresponde la obligación de dimitir», azuzaba Silvio Berlusconi, ex presidente del Gobierno y líder de Forza Italia, acusando al Ejecutivo de Prodi de someter a Italia a «una grave humillación internacional».
Tras la derrota sufrida en el Senado el Ejecutivo celebraba una breve reunión de emergencia en el Palazzo Chigi, sede de la oficina del primer ministro. Al término de la cual Romano Prodi acudía al Quirinale y presentaba a Giorgio Napolitano, presidente de la República italiana, su dimisión como primer ministro. Mientras tanto en el Palacio Grazioli, la fastuosa residencia de Berlusconi en Roma, Il Cavaliere se reunía con sus lugartenientes para preparar su hipotético regreso al poder.
