Jueves, 22 de febrero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6276.
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 OPINION
BAJO EL VOLCAN
El don de ebriedad
MARTIN PRIETO

Uno de los mejores poemas de Claudio Rodríguez es El don de la ebriedad. Rodríguez, a más de otros horrores para nuestra ministra de Sanidad, bebía. La ministra, que parece pertenecer a alguna secta, le hubiera envarado con unos cuantos proyectos de ley. Las ministras de cuota de la Administración Zapatero causan verdaderos estragos, pero no vistas desde la perspectiva de un misógino o un machista, sino comparándolas con sus colegas masculinos que cometen barrabasadas sin cuento pero un poco por debajo de la mesa. La vicepresidenta nos riñe todos los viernes tras el Consejo de Ministros como si fuéramos niños sin entendederas; la de Cultura no ha estudiado latín o se le ha olvidado; la de Vivienda nos quiere meter como cavernícolas en pisos de 30 metros y nos regala zapatillas para ir por las calles buscando alquiler como a tontos de baba; y, para no alargarnos, la de Sanidad y Consumo descuida mucho el segundo apellido de su Ministerio y se ha empeñado en una cruzada para que los españoles seamos tan felices como ella no comiendo hamburguesas gigantes, ni fumando, ni tomando vino español. Pues la doña goza de una inquietante palidez desteñida; debería hacerse mirar el hígado.

Excepto en EEUU con su Ley Seca, las democracias han sido consentidoras dejando grandes márgenes al libre albedrío, y, por el contrario, los regímenes dictatoriales buscan clones de un ciudadano perfecto. Si Franco hubiera pretendido lo que la Salgado con el vino probablemente no se hubiera muerto en la cama. Si esto se hace en Francia, hubiera tenido que dimitir de inmediato. Puede que los jóvenes se aficionen al alcohol con bebidas destiladas pero no con un calimocho en donde mezclan vino y vomitón. La cultura del vino requiere un aprendizaje muy elaborado, además ya está bien de suponer que nuestra juventud es alcohólica y necesita leyes especiales, porque eso no es verdad y además acientífico.

Rodríguez Zapatero le ha dado un coscorrón a la Gran Prohibidora del reino que, amargada, no se desdice, sino que aplaza su aberrante campaña contra el vino para pasadas las inmediatas elecciones. Si regresa por sus fueros, el contundente gremio de los viñateros le seguirá esperando. Más le valdría dimitir. Hace buena a la ministra Trujillo y en el póquer de damas consigue que la vicepresidenta María Teresa Fernández de la Vega resulte hasta agradable.

Yo prefiero abrazarme al poeta Claudio Rodríguez y dejarme llevar por el don de la ebriedad que ella se ha perdido siempre. Lo mío -parafraseando a Wiston Churchill- tiene cura; lo suyo no.

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