por Anna R. Alós
El segundo día de su estancia en un hotel rural de Girona, Laura fue al comedor y le vio a través de las cristaleras, desayunando.Habían pasado diez años desde la última vez. Con Luis había vivido la historia de amor más intensa de su vida y lo abandonó todo, incluso sus principios, por él. Todos los minutos de su día se los dedicaba, cada pensamiento, cada mirada. Hacían el amor una, dos, tres veces al día. Laura dormía a lo sumo cuatro horas diarias, y no eran más que aquellas en las que el sueño y el agotamiento vencían al deseo. El poco resto de noche era también para Luis, para recordar sus ojos, sus manos, su voz, su olor.
A él le ayudó mucho tener una esposa escasamente motivada por el sexo. Sólo pensaba en Laura, en poseerla de nuevo diez minutos después de haberle hecho sentir todo aquello que la descontrolaba.Y ella lo situaba al borde de una locura hasta entonces no explorada.
Fue él quien, presionado por su esposa, terminó la historia.Laura le odió con la misma capacidad con la que se había entregado.Nunca se le hubiera ocurrido que el destino la llevaría a reencontrarle.Al verle en el comedor se agolparon los recuerdos y pensó en ello todo el día. Lo que no sabía era que él también la había visto.
Por la noche, al abrir la puerta de su habitación, se encontró cara a cara con él. Dudó entre darle un abrazo o una bofetada.Luis se acercó a ella, se detuvo a escasos milímetros de su cuerpo rígido y ella cerró los ojos para recuperar la esencia de un aroma que no había dejado atrás. Sintió cómo los labios de él le rozaban el cuello mientras sus manos le recorrían la espalda.Apretó los ojos sin atreverse a abrirlos. Tenía que capturar aquel momento, escéptica de que estuviera sucediendo, atemorizada de que fuera un sueño y se desvaneciera. La sensación de tener un nido de mariposas en el estómago, los pelos erizados de sus brazos, la rigidez de sus pezones y un incipiente cosquilleo vaginal fueron señales suficientes para saber que era real.
Se encontró a sí misma acariciando un cuerpo que reconocía, y fue consciente de que él la estaba desnudando despacio. Pasaron toda la noche haciéndose el amor con ternura y violencia, entre recuerdos de promesas incumplidas. Nada, ni los años transcurridos, había matado sus sensaciones. No se dijeron ni una palabra. Al amanecer él la besó y se marchó. A pesar de haber capturado un recuerdo, Laura sólo deseó no reencontrarle nunca más, porque también el dolor había vuelto. Mientras desayunaba, se dio cuenta de que era la primera vez que recordaba un sueño con coherencia, sin desconexión. Un sueño que había sido realidad. Lo supo por el preservativo en la papelera.
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