La ciudad de Barcelona vio ayer como la presentación de dos libros de pelaje opuesto metaforizaba a la perfección el momento político catalán. Por la mañana, Joan Puigcercós se arrobaba con recuerdos de la infancia y justificaba el equilibrismo del segundo tripartito con el argumento de que «hay que acabar con los prejuicios de la izquierda». Por la tarde, Artur Mas decía que «no se sentía una víctima» tras la formación del segundo Govern de las izquierdas y su cara, lo contrario.
La voluntad de desquite de Mas le llevó a revelar dos datos más o menos novedosos. El primero: que, durante su reunión secreta con Josep Lluís Carod-Rovira -que se conoció en menos de 24 horas- apenas dos meses antes de las elecciones autonómicas del 1 de noviembre, el líder de ERC le dijo que la ejecutiva del partido estaba «dividida al 50%» en sus preferencias entre el tripartito y un pacto con CiU. El segundo, que en realidad, los republicanos lo único que querían era mantener cuotas de poder: «La decisión que estaba tomada era quedarse en el Govern, si podía ser con el tripartito mejor. Pero como cabía la posibilidad de que no sumasen, tenían que dejar la puerta de CiU abierta».
El líder de la federación estuvo hablando del gran trauma que le dejaron las autonómicas, pese a que teme que le afeen la tristeza, porque asistió a la presentación del libro L'engany, de Vicenç Villatoro. El ex diputado de CiU tiene la teoría, muy arraigada entre los nacionalistas, de que que las formaciones de izquierda «engañaron» al electorado en las pasadas elecciones autonómicas al no explicar de entrada cuál era su apuesta «predeterminada» de alianzas.
Aunque Mas se esforzó cuanto pudo en dejar atrás pronto el asunto, dijo que suscribía «plenamente» la tesis del libro, aunque él no se sintió «engañado». «Yo ya sabía que pasaría», dijo.
De cara al futuro, el líder de CiU volvió a apostar por situar a su federación, en contra del criterio de Josep Antoni Duran Lleida, como la «casa común del catalanismo», porque «este país necesita como el comer que en una sola formación se incluya toda la masa crítica del país; repartirla, en el fondo, debilita la fuerza de Cataluña y del catalanismo».
En contraste con la presentación del libro de Villatoro, que estuvo casi completamente dirigida a mostrar indignación contra Esquerra, en la del de Gisela Pairó, Corredor de fons, CiU estuvo casi ausente. A Joan Puigcercós no le quedó tiempo de ocuparse de su rival por el espacio político del nacionalismo, ocupado como estaba reformulando la izquierda.
El conseller de Governació expresó su convicción de que la izquierda catalana tiene que superar «viejos prejuicios» sobre valores como la propiedad privada, la familia o el antiamericanismo, pero sin renunciar a las ideas. Algo mucho más etéreo que las rabietas de CiU.
Se mostró, por ejemplo, muy alejado de actitudes «antisistema», recordó que ERC «nunca ha sido marxista» y reivindicó el «civismo», el principio de «autoridad» -tanto dentro de la familia como en las escuelas-, y la importancia de «lo privado». El poder, una vez conseguido, no parecía motivarle ninguna reflexión.
