El escritor de solapas tiene un oficio sospechoso porque el lector nunca sabe hasta qué punto puede fiarse de él. ¿Me estará mintiendo porque quiere venderme este montón de hojas o me estará diciendo la verdad y si no compro este libro voy a perderme algo? «Para mí es un auténtico desafío. Digamos que escribes un ensayo en miniatura sin renunciar a ninguna de tus astucias», dice Roberto Calasso, director editorial de Adelphi, uno de los más prestigiosos sellos italianos, y referente internacional. Acaba de publicar en España Cien cartas a un desconocido (Anagrama), una selección del más del millar de contraportadas que ha firmado en los 45 años de historia del sello.
Dice Calasso que el arte de la contraportada es casi una tradición literaria en Italia. «Desde Vittorini hasta hoy, en los últimos 50 años, el mundo editorial italiano ha cuidado especialmente los textos de contraportada», asegura Calasso. No puede dejar de hablar. Su trabajo le apasiona hasta el extremo de convertir cualquier respuesta en una historia con su planteamiento, nudo y desenlace. Hay anécdotas para todos los gustos, desde Thomas Bernhard («era un gusto trabajar con él, nunca se quejaba de nada, ni siquiera hablaba») hasta Fernando Pessoa, pasando por Jorge Luis Borges, autor al que Calasso admira especialmente.
Precisamente, entre las solapas incluidas en Cien cartas a un desconocido se encuentra la de Textos cautivos de Borges, libro que es «un ejemplo supremo del arte de las contraportadas» para Calasso. Junto a la de Borges, se alinean en su recopilación las solapas que escribió para El viaje a Oriente, de Herman Hesse; Una visión, de W.B. Yeats; y los Cuentos completos, de Katherine Mansfield, entre otras.
La voz de la experiencia
¿Existen los diez mandamientos del escritor de solapas? No exactamente. «Se debe explicar parte del argumento, pero con cuidado. Se debe huir de los elogios. Los elogios son fatales. Hay algunos adjetivos prohibidos, por ejemplo increíble y deslumbrante. Aunque en Francia lo mínimo que dicen de un libro es soberbio», bromea Calasso y apunta que el único secreto «es la precisión». Y la pasión. «Creer en lo que se está publicando es lo más importante». ¿Y cuál es el criterio por el que se escogen los libros? «El único criterio que ha funcionado desde el principio es que el libro guste mucho al editor. Es egoísta, pero es así», sentencia.
«El editor que busca un libro con la intención de gustar a determinado público es un iluso», asegura el escritor, «porque el verdadero desconocido es el público, y así debe ser porque es justo que lo sea», añade. ¿Y qué hay de la cubierta? ¿Tiene la portada de un libro tanta importancia como la solapa? «Por supuesto. El editor nunca debería renunciar a escoger la portada y a escribir la solapa. Se podría hacer una historia del arte clandestino a través de las portadas de los libros», asegura.
Y eso sí es cuestión de azar. «A veces te tropiezas con ellas y otras tienes que buscarlas». Otras veces los propios autores proponen portadas y entonces se discuten. Algunos autores, como Giorgio Manganelli, «prohíben al editor que elija su portada y que escriba la contraportada: lo hacen ellos mismos», explica. En ese sentido, como en el resto, el mundo editorial ha cambiado muy poco. «Flaubert ya se quejaba de que no ponían sus libros en los escaparates. Las discusiones entre autores y editores siempre han sido las mismas y parece que no tienen intención de dejar de serlo», dice Calasso. «El oficio del editor es un poco esotérico, tribal, se aprende sobre la marcha; paradójicamente, no hay libro que pueda explicarlo», añade.
Y, como parte importante del oficio, la creación de un mini ensayo con intención de gancho comercial es a la vez misterio, intuición y mal trago. Por poner un ejemplo, Calasso anda ahora enfrascado en la redacción de la solapa italiana de Entre paréntesis, de Roberto Bolaño. «No sé si podré con ella», dice.