Viernes, 23 de febrero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6277.
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 CULTURA
GALERIA DE IMPRESCINDIBLES / GUILLÉN DE CASTRO
Un capitán de las letras
Natalia Menéndez dirige 'El curioso impertinente'
MANUEL HIDALGO

Debían de estar un poco pirados aquellos nobles e ilustrados caballeros que, cada martes por la noche, en la pujante Valencia cultural de fines del XVI, se reunían en casa de Bernardo Catalá asociados bajo el nombre de Academia de los Nocturnos. Don Bernardo, como presidente, proponía un enjundioso asunto a tratar, y los congregados debían leer en la sesión los discursos y poemas que sobre tal asunto habían preparado. Los académicos se hacían llamar con seudónimos relacionados con la noche. Allí se reunían Sombra, Tinieblas, Silencio y, entre ellos, un joven aristócrata de apenas 23 años llamado Guillén de Castro y que, en la Academia, era conocido como Secreto.

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Nacido en 1569, Guillén de Castro era un pollopera de la nobleza valenciana que velaba sus primeras armas en las letras, con inclinación a la poesía y a la dramaturgia, sector este último que contaba en Valencia con muy destacados cultivadores de los que mucho se podía aprender.

Pero siendo alto su linaje -descendía directamente del rey Juan I de Aragón-, el bardo no tenía posibles para holgazanear con las letras y tuvo que ganarse la vida con las armas. Pronto fue capitán, con 100 soldados a su mando, con la misión de repeler a los piratas norteafricanos que buscaban en las costas levantinas lo que no era suyo.

La vida de Guillén de Castro, pese a sus éxitos teatrales, estuvo siempre marcada por la acuciante necesidad de conseguir pasta para vivir, para devolver préstamos y saldar deudas. Para ello hizo lo que entonces hacían los caballeros de su equívoca posición: meterse en trabajos de milicia, pensar sus matrimonios con el lápiz de hacer cuentas en la mano y servir a nobles poderosos y de desahogada posición.

Así, por ejemplo, marchó a Nápoles para poner sus puños al servicio del virrey, que le nombró gobernador de la fortaleza de Scigliano. Después le cayó un marrón muy notable como fue el de formar parte, en 1609, de la expedición de 18 galeras que tuvo como cometido evacuar hacia Africa a los moriscos expulsados.

Sus matrimonios, pese a tres intentos, no fueron ni felices ni provechosos en lo económico. Se separó a toda pastilla de su primera esposa, Helena Fenollar. Se casó a escape con Marquesa Girón, que falleció a los cinco años de la boda, como también, muy pronto, Juana, su única hija. Ya mozo viejo (57 años), y ya en Madrid para triunfar, se casó por tercera vez con la señorita Angela Salgado, que sólo tenía 24 primaveras y que era doncella de la duquesa de Osuna, cuando Guillén estaba bajo la protección del duque.

Este enlace y la benevolencia agradecida de los Osuna -que le proporcionaron tierras, dietas y rentas- le permitieron vivir los últimos cinco años con más tranquilidad, si bien existe noticia publicada de que, el 28 de julio de 1631, «murió tan pobre que le enterraron de limosna en el hospital de la Corona de Aragón». La viuda, por cierto, se casó dos veces más.

Como anécdota de sus penurias está el hecho confirmado de que tuvo que vender por 1.100 reales el esclavo negro que le había regalado el marqués de Peñafiel, hijo mayor del Duque de Osuna.

Guillén de Castro, que también se ganó los garbanzos participando con sus versos, en Valencia y en Madrid, en multitud de justas poéticas, escribió muchísimo. Se conservan unas 50 piezas teatrales suyas, pero se sabe que hay muchas más perdidas. El propio Castro se editó, en 1618, un libro con 12 comedias, que pensaba vender cuando se trasladara a Madrid. Luego, en 1625, se autopublicó otro paquete.

Como era lo normal -pues el público que llenaba los corrales tenía gustos muy variados-, Guillén tocó los géneros más diversos, siguiendo con frecuencia historias o libros precedentes. Hizo muchas adaptaciones, como es el caso de El curioso impertinente, de 1606, escrita tal vez en Nápoles, un año después de que, firmado por Cervantes, el argumento apareciera dentro de una de las novelas incluidas en el Quijote. Castro -como hoy haría el adaptador de una novela al cine- cambió, quitó y añadió muchas cosas al texto cervantino y, sobre todo, convirtió en comedia de enredo -¡cuánto han podido aprender de estas comedias los guionistas norteamericanos!- lo que era un dramón.

Cervantes elogió mucho a Guillén al igual que Lope de Vega, amigo personal del escritor y cuya preceptiva teatral siguió con gran fidelidad, sacudiéndose de encima el estilo y las normas de los dramaturgos valencianos de su juventud. No sabemos si tuvo en consideración la cínica afirmación de Lope en su Arte nuevo de hacer comedias en este tiempo: «...porque, como las paga el vulgo, es justo/ hablarle en necio para darle gusto».

Desde luego, nada hay de necio, sino todo lo contrario, en el lenguaje de El curioso impertinte, con exquisita versión de Yolanda Pallín, impoluta dirección de Natalia Menéndez -florida de hallazgos visuales- y tremenda interpretación de Nuria Mencía, que va a ser acreedora a todos los premios que se rifen esta temporada.

Necios, eso sí, de poco a mucho, son varios de los personajes masculinos de este lío y, especialmente, el marido celoso que arruina su vida, su matrimonio y su más firme amistad por poner a prueba el amor de su esposa -que, ciertamente, amaba anteriormente al amigo-, hasta el punto de que, superada la primera prueba, pone en marcha otra, ya que dice gozar mucho comprobando el gran amor que su amada le profesa. Y, claro, con fuego no se puede jugar.

Los celos -esa «enfermedad de la imaginación», como dijo el poeta Aleixandre- aparecen aquí inmersos en todo el barullo de sus motivaciones, desde el amor propio y el mal entendido honor hasta el afán de control, poder y posesión, lindezas atribuidas aquí al pobre Anselmo y de las que su mujer, la espabilada Camila, es víctima primero para pasar a ser después -gracias a su hábil manejo- beneficiaria.

Como Guillén de Castro es el autor de Las mocedades del Cid, su gran éxito internacional, que siguió Corneille, cabe pensar que, en el 800 aniversario del Cantar, vamos a tener Guillén para dar y tomar.


DOS DELANTE

FOTOGRAFIA. O a mí me lo parece, o cada año hay en Arco más fotografía, que obtiene una atención muy especial del público. Cada año, de cualquier modo, hay más fotógrafos, pues multitud de visitantes llevan su consabida cámara digital, quizá con la intención de emular a Thomas Struth y sus magníficas fotos de espectadores ante cuadros (Prado).

'JUEGO DE ESPEJOS'. Al acudir al estupendo espacio de Luis Suñén en Radio Clásica he comprobado que hay pocas actividades tan placenteras como antologar los propios gustos musicales. Ahora se está poniendo de moda editar discos -¿de autor?- con las canciones predilectas de determinados personajes. Es muy bueno uno de Almodóvar.

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