Viernes, 23 de febrero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6277.
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LA CARRERA HACIA LOS OSCAR
DeGeneres, una gala con corbata de mujer
La cómica será la encargada de conducir la noche de los premios
CARLOS FRESNEDA. Enviado especial

LOS ANGELES.- «Nada puede ofender más a los talibanes que una mujer homosexual, trajeada con un esmoquin y en medio de una sala llena de judíos...». La broma, o el sueño, ha tardado seis años en cuajar. Aquí tenemos a Ellen DeGeneres, marcando la raya del pantalón y ajustándose la pajarita o la corbata para la gran noche de su vida.

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«Me siento como un escalador subiendo el Everest», ha confesado en vísperas del día D. «Para la gente de nuestra profesión, presentar los Oscar es lo máximo a lo que puedes aspirar... Al día siguiente entraré en rehabilitación».

Definir a Ellen DeGeneres como «comediante» sería quedarse corto. A sus 49 años, con una reputación ganada a pulso contra las convenciones, con aquella serie televisiva en la que salió del armario y con la que hizo Historia (Ellen), la anfitriona de los Oscar se puede permitir cualquier cosa, aunque ha prometido no bailar y ser algo más formal que cuando presentó los Emmys y los Grammys (dos veces cada uno). «Soy consciente de lo que tengo entre manos y prometo ser respetuosa», ha prometido. «Aunque intentaré no quedarme quieta y estar, si es posible, en varios sitios al mismo tiempo».

A Ellen la veneran en Hollywood casi tanto como a su ilustre predecesor, Jon Stewart. La platea estará con ella, aunque las expectativas son altas. Lleva casi dos meses sufriendo desvelos y escribiendo monólogos, sin descuidar en ningún momento su popularísimo talk show.

No habrá previsiblemente efectos especiales ni reencarnaciones milagrosas a lo Billy Crystal. Tampoco cabe esperar la carcajada estridente a lo Chris Rock o la sorna de Letterman. Puestos a elegir un presentador, DeGeneres se remonta a un clásico, Johnny Carson, aunque su veta escénica está más cerca del humor minimalista a lo Jerry Seinfield.

Hija de Nueva Orleans, con una infancia azarosa, Ellen DeGeneres tuvo muy claro desde niña que lo suyo era hablar por hablar, y sacarle punta a las cosas. Curtida en el famoso Clyde's Comedy Club de su ciudad, elegida en 1982 como «la mujer más divertida de América» y seleccionada como la número 16 entre los 100 mejores comediantes de todos los tiempos, DeGeneres dio nombre a la serie que le convirtió entre 1995 y 1998 en la reina de la comedia.

Los 15 Emmys cosechados por Ellen fueron poco comparado con la sonrisa y el reconocimiento del público, imantado a la televisión el día en que reveló públicamente su homosexualidad, precedida de aquella confesión en El show de Oprah. El televangelista Jerry Falwell la rebautizó entonces como Ellen DeGenerada, y ella recogió con tiento el envite: «Estaba deseando que alguien me llamara así desde que estaba en cuarto de Básica».

Su romance con la actiz Anne Heche la convirtió poco después en presa fácil de la prensa del corazón, que no dejó de inmortalizar las mutuas muestras de afecto. La ruptura también dio mucho que hablar: Heche cambió de rumbo y se casó con Coley Laffoon. Ellen pasó un tiempo alejada de los reflectores, hasta que volvió a dejarse ver en público con la fotógrafa Alexandra Hedison.

Los paparazzi han vuelto a acosarla desde que se unió sentimentalmente a Portia de Rossi (de la serie Ally McBeal), y una persecución a lo Lady Di acabó en septiembre pasado en un accidente del que salió levemente herida. Pública y notoria es también su afición por los coches. Su última deblidad es un Ferrari 612 Scaglietti.

Al Gore y Leonardo DiCaprio llegarán a bordo de sus coches híbridos. Y es de esperar que Ellen DeGeneres se confiese pecadora en el acuciante asunto del calentamiento global. La cuestión de género se colará en el repertorio desde el primer momento, cuando tenga que explicar por qué un traje y no un vestido, con todas las ofertas que le han llovido. Hablará tal vez de las posibilidades de la «señora presidenta», y pedirá a los presentes que levanten la mano a favor de Hillary o de Obama.

Su principal reto, como el de Billy Cristal, será impedir que los premiados saquen la lista de la compra con el Oscar en las manos y la reciten tediosamente entre lágrimas. «Se nos ha ocurrido una idea genial para aligerar la ceremonia», anticipa. «Vamos a crear una web de acción de gracias para que los galardonados confeccionen su interminable lista y puedan soltarla sin remilgos en internet».

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