«Habrá fragmentos de La cagada, El adosado, Los pedos...», recitaba el cómico algunos de sus números predilectos -otros llevan títulos como Caca-cola o Borrajo perdido- desde sus años dorados en el Madrid posfranquista. «Es más, el público podrá elegir a la carta: cada show será distinto», decía ayer de Despedida y cierre.

Mientras hablaba, la sombra de las vacas flacas se dibujaba sobre Borrajo, para el que probablemente, en lo profesional, cualquier tiempo pasado fue algo mejor: «El teatro es un eterno enfermo de mala salud, pero sí que es verdad que ha tenido tiempos mejores».

Moncho Borrajo, orensano que al nacer pesó sólo 800 gramos -«el médico acertó al decir: 'Este crío no va a dar mucha guerra'»-, se inició en los años 60 como cantante más o menos melódico, para reciclarse un decenio después, cuando se dio cuenta de que el público disfrutaba más de sus comentarios que de la propia música.

A principios de los 80 sustituía a Tip y Coll en Cleofás, y ahí se fraguó su legendaria capacidad de improvisación: aún hoy se inventa en escena, a matacaballo, una canción con el nombre de dos docenas de espectadoras. A la par, otra leyenda nacía: la de que ir a verle suponía exponerse a que Borrajo tomara por banda al espectador incauto y le hiciera pasar un mal rato.

Ayer, el interfecto se quejaba: «Sobre mí se ha dicho de todo. Para los rojos era facha; para los fachas, rojo; para los católicos, maricón... Mucha gente me pone a parir sin haberme visto jamás. '¿Le gusta a usted Moncho Borrajo?', se les pregunta. '¡No! ¡Ni le he visto nunca, ni le veré jamás!'. El cómico reverdeció ayer laureles aprovechando que el pisuerga de la prensa pasaba por su valladolid: «Tres hombres me han marcado. El primero fue Buero [Vallejo], que me apoyó cuando me criticaban y no entendía que me llamaran facha cuando era más rojo que él. El segundo, José María Rodero, que dijo: 'Cuando Moncho quiera, le enseño el monólogo de Eurídice'. Y el tercero, Chicho Ibáñez Serrador, que un día, sin que yo lo conociera, entró en mi camerino y me dijo: 'No te alegres, no te voy a llevar al Un, dos, tres... porque eres demasiado bueno'».

Más recuerdos/reivindicación: «Que mi humor no era de ningún color político lo demuestra que, una noche, vinieron a verme a Cleofás los embajadores en España de EEUU y de la URSS, y con ellos Narcís Serra, que me decía: '¡Qué demonios hago yo aquí con estos dos!'». Ahora, Borrajo quiere echar el cierre -aunque el truco de la falsa despedida eterna es famoso en el mundo del espectáculo- porque, como le dijo recientemente Tony Leblanc, «dentro de nada tendré ya 60 años, y a esa edad uno tiene que mirarse más a sí mismo».

La gira final se inicia el próximo 3 de marzo en Roquetas de Mar.