PIERO OSTELLINO
Dentro de dos meses, en Afganistán probablemente se desencadene la guerra. No una guerra asimétrica entre una fuerza convencional y una guerrilla clandestina, sino una guerra tradicional entre dos ejércitos. Por una parte, las tropas de los talibán, que lanzarán una ofensiva contra las tropas de la OTAN; y, por la otra, los comandos de la OTAN, que ya han planificado su propia ofensiva contra las fuerzas talibán. Sobre el terreno, los estrategas militares estudian los objetivos que tendrán que conquistar para poder derrotar al enemigo.
En Roma, nuestros estrategas de la política estudian las palabras para mantener unida una coalición dividida. El riesgo es doble. Primero, participar en la guerra, pretendiendo no disparar. Hasta ahora, se ha dicho que el contingente italiano estaba en Afganistán como una «fuerza de paz». Y que no utilizaba las armas de las que parece estar dotado.
El significado de ser una fuerza de paz en un teatro de guerra, aunque sea de una guerra asimétrica, era muy difícil de entender y, probablemente, todavía más difícil de ponerlo en práctica. Pero la naturaleza limitada y circunscrita de la confrontación y las reglas de la implicación italiana parecían poder permitirlo.
Pero ser una «fuerza militar que no dispara» en el corazón de un conflicto entre dos ejércitos es una contradicción in terminis. Mantener las mismas reglas de implicación durante una guerra abierta y en el ámbito de un mando unificado será algo muy complicado o, cuanto menos, poco compatible con la actitud de las demás fuerzas de la OTAN que harán la guerra disparando. Aumentarán los riesgos para nuestros militares, obligados por las circunstancias a asumir iniciativas sin una clara dirección política. La única discontinuidad posible -deseada por nuestros estrategas de política exterior- en el ámbito de una misión multilateral, sería la retirada unilateral de nuestro contingente. El segundo riesgo es participar en la guerra disparando, pero sin decirlo. Una forma hipócrita, pero no novedosa en la Historia de nuestro país. Una especie de discontinuidad formal en la continuidad sustancial, que calcaría el mismo esquema adoptado en la votación del Senado sobre la ampliación de la base americana de Vicenza. La mayoría toma nota de las declaraciones del Gobierno -suficientemente ambiguas para no suscitar reacciones por parte de la izquierda radical-, sin entrar en el fondo de la cuestión. Temo que éste sea el pensamiento oculto y profundo de alguno de nuestros estrategas. Pero, con qué ánimo afrontaría nuestro contingente la guerra y cómo juzgarían nuestros aliados nuestra política exterior es algo que queda por descubrir. La izquierda radical pidió al Gobierno que tuviese en cuenta la petición, expresada en la manifestación de Vicenza, de revisar sus decisiones sobre la ampliación de la base y sobre la implicación de Italia en Afganistán. La petición contradice la idea misma de democracia representativa, porque el pueblo ejerce su soberanía con el voto, pero el ejercicio del poder de decisión -tal y como repitió el propio presidente del Consejo- le corresponde a los representantes electos.
Además, diputados y senadores de la izquierda radical terminan negando la razón de su presencia en el Parlamento. ¿Qué están haciendo en él, si después delegan en la calle para que diga lo que deberían decir ellos en el Parlamento, incluso con el riesgo de hacer caer al Gobierno que apoyan? Por ahora, la mayoría de Gobierno no fue capaz de resolver sus contradicciones. ¿Es lícito pedirle que se pronuncie claramente sobre nuestra presencia en Afganistán?
Piero Ostellino es analista del periódico italiano
Corriere della Sera
Este artículo fue publicado en su edición del martes 20.
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