Viernes, 23 de febrero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6277.
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'Guerra civil' en los partidos Demócrata y Republicano
Hillary Clinton se enfrenta a Obama y a Dean, mientras Cheney pide a McCain que se disculpe ante Rumsfeld
PABLO PARDO. Especial para EL MUNDO

WASHINGTON.- Las elecciones de EEUU son una especie de Tour de Francia que dura casi dos años. Y con algunas diferencias para hacerlo un poco más difícil. Una, que, al menos en esta edición, ningún equipo tiene un líder. Dos, que el itinerario va a ser nuevo, y las primeras etapas serán decisivas. Y tres, que cada etapa se desarrolla simultáneamente en varios terrenos. Así que no basta con pedalear más que los otros. También hay que tener más dinero y mejor organización para sostener una guerra en varios frentes al mismo tiempo.

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En teoría, esta semana debería haberse dado la primera de estas etapas, con el primer debate entre los candidatos demócratas, que se celebró el jueves por la tarde en Carson City, la capital de Nevada. Sin embargo, el interés estaba en todas partes menos allí. La noticia del día eran las guerras civiles a varias bandas que habían estallado dentro de los Partidos Demócrata y Republicano.

Entre los demócratas, el aburrimiento del debate contrastaba con la ferocidad del enfrentamiento entre Hillary Clinton y Barack Obama. Todo por unas declaraciones en las que el empresario de la industria de la música David Geffen había elogiado a Obama y puesto de vuelta y media a «la familia real Clinton».

La respuesta llegó inmediatamente. Los portavoces de Clinton exigieron inmediatamente a Obama que se disculpara por las declaraciones de Geffen, y que devolviera los 2.300 dólares que éste le había donado. Una irritación comprensible, si se tiene en cuenta que Geffen -un personaje controvertido, en parte porque es abiertamente gay y tiene cierto carácter de celebridad, ya que en los 90 se rumoreó que se había casado con el actor Keanu Reeves en una ceremonia oficiada por un rabino liberal californiano- tiene una fortuna de 3.500 millones de euros y, cuando Bill Clinton era presidente, recaudó 13,5 millones de euros para él, a cambio del honor de dormir en la Casa Blanca.

La irritación de Hillary Clinton confirma las críticas de sus adversarios, que la acusan de exceso de ambición y de tener un carácter dictatorial, algo que no casa bien con el electorado estadounidense. Además, no está claro por qué necesita meterse en controversias, cuando lleva casi 20 puntos de ventaja a Obama en las encuestas para la nominación demócrata, y entre dos y cuatro puntos a los principales candidatos republicanos -Rudy Giuliani y John McCain- en unas hipotéticas elecciones contra ellos. Y cuando está construyendo una organización paralela al margen del Partido Demócrata, ya que, literalmente, no se fía de su máximo coordinador, el ex candidato a la presidencia en 2004, Howard Dean.

La clave de esa secesión de Clinton es una base de datos. En EEUU los dos grandes partidos tienen muy controlados a los votantes, gracias en buena medida a la información que compran a las empresas de tarjetas de crédito, que no están obligadas a cumplir leyes de privacidad tan duras como las europeas. Así, demócratas y republicanos saben, entre otras cosas, qué revistas y periódicos leen sus votantes, qué canales de televisión de pago ven, si son o no dueños de su casa, o qué coche tienen.

Un viejo adagio afirma que quien «tiene un Volvo y va a yoga, es demócrata; si tiene una furgoneta pick-up y va a un campo de tiro, es republicano».

La base de datos más completa es VaultVote, organizada por el estratega electoral de Bush, Karl Rove, en la que está la vida entera de 142 millones de estadounidenses.

Los demócratas tienen otra, Demzilla, con 170 millones de ciudadanos. Pero Hillary Clinton ha prescindido de ella. Y, en su lugar, está utilizando la de la empresa Catalist, una consultora de Washington creada por Harold Ickes, que fue el subjefe de gabinete de la Casa Blanca durante la presidencia de su marido.

Con ese movimiento, Clinton reafirma su independencia del aparato demócrata. Y de Dean, un político que se sitúa bastante más a la izquierda que la ex primera dama y que fue, además, uno de los que lanzó a Obama en 2004.

Claro que los republicanos también tienen sus propios problemas, a pesar de que son normalmente mucho más disciplinados que los demócratas. Igual que Hillary Clinton con Obama, el vicepresidente, Dick Cheney, ha pedido a John McCain que le pida disculpas a Donald Rumsfeld, su amigo y hasta noviembre pasado secretario de Defensa, por haber dicho de él que «acabará siendo visto como el peor secretario de Defensa de la Historia de EEUU».

La respuesta de Cheney, de visita en Japón, fue clara. «Tal vez John debería disculparse ante Rumsfeld». Aunque el vicepresidente ha logrado el mismo éxito que la ex primera dama. Por ahora, ni Obama ni McCain van a pedir perdón por nada.

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